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julio 27, 2024

CXLII ¿QUÉ NECESITÁIS?


Sobre
 Juan 6, 1-15

La humanidad de Jesús le hace estar especialmente atento a las necesidades de las mujeres y hombres que lo acompañan. Este es uno de esos momentos. Ya tiene un plan para calmar el hambre de tanta gente, pero juega con Felipe poniéndole a prueba. Felipe y Andrés no ven más allá de lo que pueden alcanzar por ellos: dinero insuficiente, y unos pocos panes y peces. Muchas veces nos pasa igual: nos quedamos en lo que lograríamos hacer por nosotros mismos sin darnos cuenta de que el Padre todo lo puede, y que nos vendría bien confiar en Él para que refuerce nuestras posibilidades. 


Esta es también una de las ocasiones en las que Jesús adelanta la cena de la Pascua. Quizá las vistas desde la orilla del Lago de Galilea resultaran un espacio bonito aunque menos solemne que el cenáculo, pero al fin y al cabo era el escenario de la demostración de lo que significaba para Él compartir, darse, entregarse, repartirse, partirse en pequeños trozos para poder llegar a todas y todos sin excepción.


Es fácil utilizar este relato para hacer una exégesis basada en la urgencia de compartir y el evidente problema del hambre en el mundo. Sin olvidar eso, me provoca más la pregunta implícita de Jesús que determina todo lo que sucede en esta historia descrita por Juan. Esa pregunta es muy evidente y terriblemente sencilla: "¿Qué necesitáis?". Seguramente la leyó Andrés en los ojos del Maestro. Después, comenzaron a disponerlo todo siguiendo sus instrucciones.


Si la Iglesia preguntara de forma abierta y cercana a las personas LGBTIQ+ cristianas qué necesitamos, es probable que surgieran muchas respuestas pero, en el fondo, en lo que todas coincidiríamos respecto a lo que echamos en falta es que se nos trate como Jesús atendió a esas gentes junto al lago. Tenemos unos pocos panes y peces, pero nos urge que, en el nombre de Dios, alguien los vaya multiplicando y repartiendo.


Nos hace falta experimentar la sensación de que la Iglesia se preocupa sinceramente de nosotras, de nosotros, para que quedemos saciados de pan, de pez y de Dios, y nos sintamos parte reconocida de la Comunidad de Jesús. Ya no bastan gestos aislados, pequeños pasos que casi siempre van de vuelta, medias promesas, medias verdades... Jesús no entregó un trozo de pan a cada una de esas personas preguntando por sus procedencias, sus afinidades, fijándose en su género o su orientación. Jesús sació por igual a toda esa gente que, esperanzada, le siguió hasta allí. 


No excluyó a nadie de aquella comida inesperada. Más bien, se ocupó de que ni una sola quedara sin atender. Nuestra experiencia hoy no es del todo así. Aún hay veces en las que se nos niega el pan y los peces, o en las que se reparte con una condescendencia que entristece. Jesús no actuaría de esa forma, ese no es el estilo de Jesús.


Hay muchas personas creyentes LGBTIQ+ que siguen esperando un signo como el del lago de Galilea. Hay hambre de esperanza. Hay necesidad de que se comparta con nosotras y nosotros, pero también de compartir lo que tenemos, dejar que se redoblen nuestros panes y peces, que se partan y repartan nuestros corazones y que el Maestro nos de con sus propias manos el Pan de la Vida.


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com



Después de esto pasó Jesús a la otra orilla del lago de Galilea –el Tiberíades–. Le seguía un gran gentío, pues veían las señales que hacía con los enfermos. Jesús se retiró a un monte y allí se sentó con sus discípulos.Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Alzando la vista y viendo el gentío que acudía a él, Jesús dice a Felipe: —¿Dónde compraremos pan para que coman ésos? –lo decía para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer–. Felipe le contestó: —Doscientos denarios de pan no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo. Uno de los discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dice: —Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero, ¿qué es eso para tantos? Jesús dijo: —Haced que la gente se siente. Había hierba abundante en el lugar. Se sentaron. Los varones eran cinco mil. Entonces Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados: dándoles todo lo que quisieron. Cuando quedaron satisfechos, dice Jesús a los discípulos: —Recoged las sobras para que no se desaproveche nada. Las recogieron y, con los trozos de los cinco panes de cebada que habían sobrado a los comensales, llenaron doce cestas. Cuando la gente vio la señal que había hecho, dijeron: —Éste es el profeta que había de venir al mundo. Jesús, conociendo que pensaban venir para llevárselo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo.

julio 20, 2024

CXLI OVEJAS SIN PASTOR


Sobre
 Marcos 6, 30-34



Esta vez la meditación no puedo dejarla sólo en el Evangelio de Marcos y quedarme ahí. Los otros dos textos de este día son muy ricos. La lectura de Jeremías —«Ay de los pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas de mi rebaño (...) Yo mismo las reuniré y las pondré pastores que las pastoreen, ya no temerán ni se espantarán y ninguna se perderá»—, y el pasaje de San Pablo a los Efesios —«Ahora estáis en Cristo Jesús, estáis cerca los que antes estabais lejos»— dan luz a la Palabra central de Marcos que me sitúa en la experiencia de vida que comparto con muchas personas LGBTIQ+ cristianas: Vivir dentro del armario es caminar perdido como las ovejas dispersas, avanzar ahogado en la duda de si esa inquietante aventura de andar sin rumbo es algo que uno mismo decide, o es porque no hay otra opción.


En cualquier caso, las personas LGBTIQ+ y en particular las creyentes sabemos que el armario sólo se abre desde dentro, al margen de lo arriesgado que sea salir a la luz o no. En mi caso, destapé mi armario y acepté las consecuencias. Aún hoy las sigo asumiendo y supongo que así seguirá siendo, porque lamentablemente siempre existirán ámbitos en los que las personas LGBTIQ+ estaremos forzadas a demostrar que no somos extrañas, peligrosas, contagiosas. Y esto que escribo en oración lo expreso absolutamente libre de cualquier sentimiento de víctima. Dejé de sentirme como tal al salir del armario y desde entonces puede que alguien me acuse de ser un poco inconsciente, sobre todo cuando no alcanzo a ver hasta dónde me puede llevar el riesgo de anunciar a Jesús, pero nadie nunca podrá llamarme mártir. El riesgo es vida que palpita, imagino que como latían los corazones de las ovejas que andaban sin guía, a las que el Padre puso pastores fieles para que nunca más se perdieran.


Las mujeres y hombres LGBTIQ+ cristianas compartimos la experiencia de habernos sentido ovejas dispersadas por malos pastores. La certeza de que nuestro dolor no se debe al designio del Creador sino al mal propósito de algunos hombres, nos ha permitido recuperar la imagen de Dios como Padre que despide a sus subordinados desleales, busca pastores fieles y se preocupa de que nadie lo tema, nadie se espante y nadie se pierda. Ese es el Dios que nos salva de rendirnos, Él es el Padre que me sacó del armario y me presentó a Jesús, me acercó a Cristo y me enamoró de Él.

Las personas LGBTIQ+ creyentes conocemos de verdad el corazón de Dios porque hemos ansiado su cercanía con tanta fuerza que ya nada podrá separarnos de su amor. Estamos con Él quienes antes estábamos lejos. Es un regalo del que estaremos eternamente agradecidas y agradecidos


Finalmente el texto de Marcos relata cómo Jesús reúne a los apóstoles en un sitio tranquilo para que le contaran cómo les fue en su misión del anuncio. El pastor bueno reúne a sus ovejas. Y entonces surge espontáneamente la necesidad de continuar con el relato de la Buena Noticia. La tentación del descanso, como la de Pedro cuando quiso levantar tres tiendas, se deja atrás para continuar con la misión.

Los hombres y mujeres LGBTIQ+ cristianos estamos llamados a narrar nuestras historias personales de salvación. Cada uno de nuestros relatos es un evangelio de la experiencia de Dios en nuestras vidas. Creemos porque hemos notado la caricia de Dios. Y constatamos que aún hay personas que esperan perdidas, dispersas, un mensaje de esperanza, la consciencia de que Dios ama sin condiciones y la evidencia, la convicción de que el Señor es nuestro pastor y nada nos falta.


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com



Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: —Vosotros venid aparte, a un paraje despoblado, a descansar un rato. Pues los que iban y venían eran tantos, que no les quedaba tiempo ni para comer. Así que se fueron solos en barca a un paraje despoblado. Pero muchos los vieron marcharse y se dieron cuenta. De todos los poblados fueron corriendo a pie hasta allá y se les adelantaron. Al desembarcar, vio un gran gentío y se compadeció, porque eran como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles muchas cosas.

julio 13, 2024

CXL EL ENVÍO: RELATAR LA ESPERANZA


Sobre 
Marcos 6, 7-13

Dentro del armario hay poca luz, poco aire y bastante miedo, pero también es un sitio seguro y protegido. Es como una atalaya desde la que poder observar sin ser visto o, mejor dicho, sin que nadie se entere de quién es de verdad la persona que habita tras esos muros y que, de vez en cuando, sale disfrazada a convivir y relacionarse. Poco más o menos así recuerdo ese tiempo de doble vida y permanente desconfianza. La mayor parte de las personas LGBTIQ+ pueden contar esta misma experiencia como propia, con diferentes matices, pero con el mismo recuerdo de tremenda tristeza, de sensación de vida vivida a medias.

Yo no puedo pasar un día sin ese recuerdo persistente, y por eso siempre está presente en la oración. Es el punto desde el que partí y sin esa experiencia de desierto no sería quien ahora soy. Probablemente si mi fe no hubiera sido puesta a prueba de manera tan sistemática y continua, no podría afirmar con tanta convicción que nada me puede separar del amor de Dios, porque evidentemente ni siquiera cuando más lejos le sentía dejé de presentirle.


Salir del armario es una liberación. Para cualquier persona LGBTIQ+ lo es. Para mí como creyente tenía además un sentido relevante, pues significaba encontrarme cara a cara con el Padre. Mis reproches hallaron consuelo y capítulos completos de mi vida comenzaron a tener sentido. Por lo mismo, surgió en mí la necesidad de relatar mi historia para que otros pudieran descubrir a tiempo que el amor de Dios trasciende cualquier particularidad de la persona, porque Él aprecia cada detalle como un Padre bueno que acepta, acoge y cuida a su hija, a su hijo sin importarle nada.

El relato de Marcos me ha traído todo esto a la oración, porque también recuerdo que salir del armario supuso quedar desnudo para vestir una sola túnica, calzar unas sandalias y comenzar a andar con poco más que un bastón. Ni pan con que alimentar la tentación de sentirme víctima ni dinero con que pagar el silencio de las burlas. Tampoco iba solo, podíamos compartir cómo Dios iba abriéndonos caminos, cómo en unos sitios recibíamos posada y en otros éramos despedidos y habíamos de sacudir el polvo de la planta de nuestros pies antes de marcharnos.


No, desde luego no recuerdo haber expulsado espíritus inmundos ni hemos ungido jamás con aceite o perdonado ningún pecado. Pero sé que los relatos de nuestra experiencia de Dios antes y después del oscuro armario pueden dar esperanza a muchas personas que creen que el Padre no tiene una palabra para ellas.


El anuncio de que Jesús es el Salvador se vale de instrumentos sencillos y al mismo tiempo se deshace de grandes oropeles y ceremonias. Basta con apreciar la obra de Dios en nuestras vidas, cómo las ha transformado y nos ha convertido en signo de esperanza. Basta con desnudarnos y aparecer sin artificios, tan solo una túnica, unas sandalias y un bastón para no tropezar y en el que ayudarnos en el cansancio. Basta con dejarnos llevar, basta con confiar a ojos cerrados, decididos a dar gratis lo que el Padre nos dio absolutamente gratis.


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com




Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, confiriéndoles poder sobre los espíritus inmundos. Les encargó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, que calzaran sandalias pero que no llevaran dos túnicas. Les decía: —Cuando entréis en una casa, quedaos allí hasta que os marchéis. Si en un lugar no os reciben ni os escuchan, salid de allí y sacudíos el polvo de los pies como protesta contra ellos. Se fueron y predicaban que se arrepintieran;expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban.

julio 06, 2024

CXXXIX DESPRECIAD@S


Sobre 
Marcos 6, 1-6


La reacción que describe este pasaje sobre el paso de Jesús por Nazaret pudiera parecer desmesurada, teniendo en cuenta su larga experiencia como persona rechazada en otros lugares y por muchas otras causas. Está más que acostumbrado a jaleos de ese tipo.

Pero hay un matiz que a veces, de tanto presuponerlo, olvidamos: Jesus es hombre, y en su humanidad le duele mucho más el rechazo de “los suyos”, en su pueblo, de su gente, de los que fueron sus mayores y sus compañeros de juegos. Eso le duele tanto que no regresó allí nunca más.

Ya se lo preguntaba a sí mismo Natanael, «¿qué puede salir bueno de Nazaret?» (Juan 1,46).


Es muy probable que sucesos similares ocurriesen en otros pueblos, sin que ningún escrito lo recogiese, puede que por ser algo habitual. Lo que en esta ocasión llama la atención del evangelista es que sucediera en la ciudad donde creció y se educó Jesús. Quiero resaltar que la experiencia de rechazo no era hiriente para Jesús, porque estaba permanentemente unida a su acto profético y estaba acostumbrado a las burlas y al escarnio. Fue el dolor de que ni siquiera los suyos le acogieran ni escucharan lo que tenía que contarles: la Buena Nueva.


Las personas creyentes LGBTIQ+ conocemos el rechazo de los nuestros. Padres, madres, hermanas y hermanos, familiares, amigas y amigos, compañeros, gente sin nombre ante la que en un primer momento somos incapaces de expresar con palabras lo que pensamos, lo que sentimos, lo que aman nuestros corazones... y cuando nos atrevemos a salir del armario, incluso entonces, perdura el riesgo de recibir el rechazo condescendiente, cuando no el cruel repudio que sintió Jesús en Nazaret.

Si mi padre, mi madre, mis hermanas y hermanos me aceptan y acogen soy enormemente feliz, incluso hasta el punto de que me da igual si los demás se comportan igual o no. Pero si los míos me rechazan, me duele el corazón y me siento defraudado. Así debió sucederle a Jesús.


Aún más: las personas creyentes LGBTIQ+ no salimos de un solo armario cuando lo hacemos, sino de dos. Uno, el más conocido, el del ámbito familiar y social cuando despejamos nuestros rostros de maquillaje, nos descubrimos sin caretas y contamos lo que somos. Otro, el del espacio religioso, no ya porque ciertos grupos de la Iglesia conservadora repudian al colectivo LGBTIQ+, sino también y en especial al darnos a conocer ante nuestras personas conocidas del mundo elegebeté como mujeres y hombres cristianos. Siempre decimos que las personas LGBTIQ+ creyentes experimentamos un doble rechazo, como homosexuales ante el colectivo creyente y como creyentes ante el colectivo homosexual. 

Con todo, lo más doloroso es que las personas católicas cristianas LGBTIQ+ seamos rehusadas y aborrecidas por otras mujeres y hombres católicos cristianos. Literalmente rechazados por los nuestros, como le sucedió a Jesús. Despreciados por quienes se acreditan desde la doctrina y la tradición de la Iglesia. Pero a nosotras, a nosotros, nos avala el Evangelio de Jesús.


Así, a veces ocurre que regresas allí donde creciste en la fe, donde te entregaste y te deshiciste, donde honestamente diste un paso atrás para ordenar las ideas y ponerte ante Dios esperando una respuesta. Regresas a casa y los tuyos se preguntan qué tiene este que decirnos. Ese es el rechazo que duele. Solo unos pocos se resisten a la tentación del prejuicio, como hizo Natanael, y acompañan a Felipe cuando contesta: “ven y verás” (Jn, 1,46).


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com


Saliendo de allí, se dirigió a su ciudad acompañado de sus discípulos. Un sábado se puso a enseñar en la sinagoga. Muchos al escucharlo comentaban asombrados: —¿De dónde saca éste todo eso? ¿Qué clase de sabiduría se le ha dado? Y, ¿qué hay de los grandes milagros que realiza con sus manos? ¿No es éste el artesano, el hijo de María, el hermano de Santiago y José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas? Y esto lo sentían como un obstáculo Jesús les decía: —A un profeta sólo lo desprecian en su tierra, entre sus parientes y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo sanar a unos pocos enfermos a quienes impuso las manos. Y se asombraba de su incredulidad. Después recorría los pueblos vecinos enseñando.