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diciembre 28, 2024

CLXIV LAS SAGRADAS FAMILIAS


Sobre
 Lucas 2, 41-52



Me cuesta mucho hacer oración y reflexionar sobre este pasaje de Lucas sin recordar con tristeza las manifestaciones de hace años, en este día, convocadas para defender el matrimonio cristiano, aunque en realidad no eran más que un grito descarado contra otros modelos de familia que se estaban consolidando en nuestro país.


Llegué a sentirme muy lejos de esa Iglesia intransigente y fanática que mostraban, que ostentaban y sobre la que nos intentaron hacer creer que era la verdadera, la auténtica, la legítima. Parecían gritar “o conmigo o contra mí” portando esas pancartas.

Fueron años muy oscuros en los que era difícil contestar con argumentos aceptables a quienes me preguntaban la razón por la que seguía siendo católico. Muchas personas a mi alrededor decidieron abandonar la Iglesia. Y no encontraba ni una sola palabra para persuadirlos. Bastante tenía yo con mantener vivos mis propios principios de fe y convencerme a mí mismo de que esa Iglesia incoherente era también mi Iglesia, de la que nadie iba a expulsarme por las buenas. Ya estaba más que habituado a que echaran sobre nosotras, las personas LGBTIQ+, cargas pesadas de llevar. De alguna manera había conseguido “curar” mi actitud victimista, convencido de que yo no era un sacrificio destinado a inmolarse en honor de ningún Dios justiciero. Y eso evitó que sacudiera el polvo de mis pies antes de dejar la casa donde no fui -donde no fuimos- bien recibido.


Aún así todos estos recuerdos siguen provocándome una inmensa tristeza, porque esos intolerantes desvirtuaron el sentido auténtico de la familia adueñándose de todos los derechos sobre ella, con la misma arrogancia que los religiosos del Templo se apropiaron del nombre de Yavhé y así expulsaron a Jesús hasta matarlo. Esta dinámica de exclusión se perpetúa hoy en demasiadas comunidades cristianas.


Lo más sorprendente es que el texto de Lucas no expresa un apego especial de Jesús por la familia. Cuando María y José encuentran al niño tras estar varias jornadas alejado de sus padres, Jesús no se alegra sino más bien les recrimina ese interés por mantenerse unidos en el núcleo familiar, porque “debía ocuparse de otros asuntos”, y no entraba en sus planes precisamente el convivir dócilmente con sus padres.

Hay muchos ejemplos en los Evangelios donde Jesús no parece otorgar una importancia sagrada a la familia. Pero el más duro y llamativo es el texto de Lucas 14, 26-27: “si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y a su madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, no puede ser mi discípulo”. Es decir, lo importante en realidad no es el modelo de familia, pues incluso sin ella como soporte se puede seguir a Jesús. Más aún: sin familia es como se le puede seguir de manera radical.


¿Y entonces qué? Está claro que la familia -también para Jesús- constituye un elemento importantísimo e irreemplazable, pero es preciso reconocer que ha evolucionado y probablemente lo seguirá haciendo, sin que nadie pueda evitarlo.

Cuando los grupos católicos conservadores la emprendieron contra los diversos modelos de familia distintos al tradicional, me preguntaba qué estaban defendiendo. ¿El modelo patriarcal, en el que el esposo domina todas las decisiones y ejerce el poder absoluto, a veces de forma despótica? ¿El modelo destinado a la procreación, cuyo fin principal es dar hijos a Dios, en algunos casos de forma irresponsable? ¿El modelo machista, en el que la mujer está sometida al hombre durante toda su vida matrimonial? ¿Qué modelo defendían? Cualquiera de los anteriores estaba totalmente bendecido por la Iglesia sin discutir los detalles y podrían definirse todos ellos como matrimonios cristianos. Pero ¿dónde dejamos el amor?


Evidentemente hay familias felices, incluso entre estas que he descrito anteriormente. Pero yo también conocía a parejas del mismo sexo que vivían la felicidad de desarrollar un proyecto de vida en común, que eran cristianos y deseaban integrar su fe en sus vidas plenamente. Parejas que se habían casado ante un juez y no les estaba permitido disfrutar del sacramento del matrimonio pese a que su fe en Dios y su amor del uno por el otro estaban fuera de toda duda. Conozco un matrimonio de mujeres, madres de dos hijos, profundamente creyentes, arriesgadamente comprometidas, que están educando cristianamente a sus dos chavales. Para mí constituyen un ejemplo de fe asentada, de amor de pareja y de motor de familia tan grande como lo fueron mis propios padres. Y así muchos otros ejemplos, cercanos y lejanos, que seguramente los guardianes de la doctrina tacharían de modelos de pecado, cuando en realidad son modelos de amor en la adversidad, porque aún hoy ser una persona cristiana LGBTIQ+ casada con otra del mismo sexo es signo de escándalo en la Iglesia, razón sobrada para ser apartada de cualquier responsabilidad de servicio en la comunidad eclesial, entre otras consecuencias.


Si la Iglesia no renuncia a los prejuicios sobre los diferentes modelos de familia, aceptando de entrada la integración real y palpable de las personas LGBTIQ+ en la propia Iglesia y sus tareas de misión, si no lo hace no será fiel a la misericordia que emana del propio Dios para todas sus criaturas, ni al infinito amor de Jesucristo por todas y todos aquellos por quienes nació y murió. No hay una sagrada familia sino muchas familias sagradas, diversas, prósperas en dones, ricas en Espíritu.


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com


Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: "Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados." Él les contesto: "¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres. 

diciembre 22, 2024

CLXIII HACERNOS MUJERES


Sobre
 Lucas 1, 39-45


Leí en algún lugar que los hombres LGBTIQ+ mantenemos una relación singular con nuestras madres, más que con nuestros padres. No sé si hay alguna base científica en esa afirmación. Pero es verdad que, desde siempre, mi madre y yo nos servimos de un código de comunicación no verbal, mediante el que ella sabía perfectamente lo que me pasaba en cada momento. 

No supe valerme de esa suerte de confianza que me ofreció a la hora de compartir con ella cómo me sentía, mientras que mi madre mostró siempre un respeto casi sagrado a mis silencios. Incluso en los momentos complicados, ella supo estar a mi lado ofreciéndose a todo, también ante mi terca reserva. Estoy seguro de que ni mi padre ni mis hermanos sospecharon de nada de lo que me sucedía, gracias a su prudencia.

Porque, desde que puedo acordarme, siempre tuve la certeza de que mi madre sabía que yo era gay. Nunca me atreví a preguntárselo. De hecho jamás mantuvimos una conversación sobre el tema, ni siquiera a mis dieciséis años, cuando perdí el rumbo. Nunca charlamos, probablemente más a causa de mis temores que por otra razón. Seguro que ella estaba deseando hablarlo. Y ahora me arrepiento de no haberlo hecho.

Cuando salí del armario ya era tarde.


Fui su primer hijo. Imagino que sentirme en su vientre supuso para ella una gran ilusión, además de crearle incertidumbres, miedos, temores. Pero por encima de cualquier otra cosa, estoy seguro de que cada vez que me movía y me sentía vivo, su felicidad compensaba todo lo demás.

Estoy convencido de que, igual que le sucedió a María con Isabel, mi madre estaría deseando compartir la noticia de su primer embarazo. Claro que yo no iba a ser ningún Mesías, pero para mi madre era su primer hijo, y una buena nueva que deseaba contar a todo el mundo. No había nada más grande que comunicar y celebrar. Para ella, bendito era su vientre.


Mi madre -junto a mi padre- me educó en la fe cristiana. No fue especialmente insistente para que cumpliera los preceptos, sino más bien supo despertar mi fe en la misma medida que me ofrecía la libertad de elegir. Estudié con los claretianos, y en ellos encontré un estilo evangelizador basado en que Dios era padre por encima de todo, y nos quería efectivamente libres. Y algo más, que marcó mi fe sin duda alguna: María.

Cuando mi identidad sexual fue evidente para mí y surgieron las grandes crisis de fe, la única que permaneció inalterable y a quien nunca renuncié fue María. Había muchas cosas que me atraían de ella, pero lo que más me emocionaba era su confianza en la voluntad de Dios. En mis oraciones de adolescente, de joven, habitualmente rogaba al Padre que me hiciera "normal", porque ser homosexual me producía mucho sufrimiento. No precisamente por serlo sino por el rechazo y la exclusión que percibía y que si no experimenté directamente hasta entonces fue gracias a mi eficaz armario, donde aparentaba con éxito ser quien no era. Aprendí a terminar mi oración con una breve frase: hágase tu voluntad.

No creo que nunca consiga alcanzar a confiar como lo hizo María, tan segura de que Dios siempre estaría ahí. Pero esta corta oración, que la misma madre de Jesús pronunció ante el ángel Gabriel, me hace estar tranquilo, dejándome hacer, descansando en el Padre, con la certeza de que todo lo que va sucediendo en mi historia tiene un sentido desde Dios.


María, mi madre, mujeres fuertes, lo son sin haber perdido sus papeles de actrices secundarias en la historia de la humanidad, pese a que sin ellas nada habría sido posible. La situación de la mujer en la sociedad sigue siendo precaria en relación al varón, aún tras una evolución significativamente positiva en cuanto a derechos. En la Iglesia la mujer está singularmente vetada, como si sus talentos fueran menores o simplemente fuesen incapaces de asumir las mismas responsabilidades que los hombres.

Las personas LGBTIQ+ cristianas no podemos ser cómplices de esa actitud patriarcal. Desde nuestra particular posición en las fronteras de la Iglesia, es necesario que nos hagamos mujeres, nos incorporemos a su manera de sentir a Dios, notemos cómo nuestro vientre salta de alegría y brota de nuestros corazones la confianza en la voluntad de Dios, Padre bueno.



© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com



En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá." 

diciembre 14, 2024

CLXII NARRAR LA ALEGRÍA


Sobre
Lucas 3, 10-18


No se puede entender el texto del evangelio de hoy sin antes interiorizar las lecturas de Sofonías y de San Pablo a los Filipenses que lo acompañan en la liturgia del tercer domingo de Adviento. En ambas se nos transmiten mensajes de esperanza que parecen dirigidos con certeza a todos los colectivos que, de una u otra forma, vivimos en las fronteras de la Iglesia. 

En la primera deja claro que Dios nos ama y que esa verdad ha de ser la razón por la que hemos de estar alegres. En la segunda, San Pablo igualmente nos exhorta a estar contentos y nos anima a no preocuparnos, porque nuestras necesidades las conoce el Señor y serán escuchadas.


Tristemente, aún hay muchas personas LGBTIQ+ creyentes que no son capaces de creer absolutamente en nada de eso. Ni sienten razones para estar alegres, ni tienen indicios de que Dios les ame. Desde luego están demasiado agobiadas pensando que al final de sus días acabarán condenadas, porque no son como el Padre de los cielos quiere que sean sus hijas e hijos. Así es como sus educadores y sus pastores interpretaron para ellas y ellos la Palabra. Es así como se provoca el distanciamiento hacia el Padre.


Desde mi experiencia de vida, no entendí la trascendencia de todo lo que Sofonías, Pablo y Juan Bautista anuncian hasta que me empapé del amor de Dios, hasta que me reconocí hijo querido suyo, y hasta que me alegré en Él y aprendí a confiar mis necesidades poniéndolas en sus manos, dejándome hacer en su voluntad.

No en vano fui capaz de separar mi fe en Dios de la religión y la doctrina angustiosa, antes de que ambas provocaran que esa débil fe con la que atravesé el desierto se esfumara. Y lo hice yéndome al pedregal de Juan Bautista, al silencio donde, si logras callar la tormenta, descubres que la voz de Dios no está en los truenos sino en la débil brisa que susurra y te roza el rostro. Allí me dejé llevar como en el canto de Oseas: me dejé seducir y dejé que hablara a mi corazón.


Esperé a reencontrarme con mi Creador para salir del armario. Creo que necesitaba tranquilizar mi alma y recuperar al Dios que perdí de pequeño, antes de quitarme el disfraz y ser de una vez por todas yo mismo. Cuando me sentí amado por Dios empecé a vivir la alegría del Evangelio y fui capaz de confiar en su corazón mis preocupaciones, desvaneciéndose cada una de ellas. Es justo en ese momento cuando el mensaje de Juan Bautista tiene sentido.

Porque en definitiva, lo que Juan anuncia es lo que yo había experimentado en esa desesperada "reconversión" en la que recuperé la fe que me había sido pervertida y secuestrada cuando que era un crío.


Las personas LGBTIQ+ cristianas no salimos del armario y continuamos con nuestras vidas con total normalidad, como si no hubiese pasado nada. Más bien nos ocurre como cuenta el evangelista. Hacemos en voz alta la misma pregunta que aquellas gentes: ¿y ahora qué debemos hacer?

Juan tiene una respuesta para cada realidad concreta. En mi caso, al principio tropezando, después orando mucho, intuí qué quería Dios de mí, qué había de hacer. Y esa intuición en cuanto a lo que el Padre espera, coincide con la de la mayoría de mujeres y hombres LGBTIQ+ cristianas que pasan por esta experiencia, es decir, poner en valor nuestras historias, contar cómo Dios ha dado sentido a nuestras vidas y narrar de qué manera y con cuánta generosidad nos ama tal como somos.


Después de todo, contar cómo Dios es fuente de alegría en mi vida es el preámbulo de lo que Juan anuncia, cuando se coloca a un lado para dar protagonismo a Jesús. El que viene es más fuerte, dice Juan. Cristo es quien de verdad enciende el corazón y facilita que el fuego del Espíritu sea el auténtico bautismo que convierte los corazones. Definitivamente desaparece la tristeza, no hay más dolor, todo tiene sentido.

Las mujeres y los hombres LGBTIQ+ cristianos estamos llamados a ser nosotros mismos, sin miedo. Solo desde nuestra sincera realidad, confiadas y confiados en el Señor, seremos instrumentos eficaces en el anuncio de la Buena Noticia. Nadie como nosotros —que con tanto esfuerzo conservamos la fe en lámparas encendidas y guardamos suficiente aceite para que no nos faltara luz—, nadie pues como nosotros sabe lo que significa estar al borde del camino y ser rescatados, curados, abrazados, valorados como obras perfectas del Creador. 

© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com


En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:

«¿Entonces, qué debemos hacer?»
Él contestaba:
«El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacemos nosotros?»
Él les contestó:
«No exijáis más de lo establecido».
Unos soldados igualmente le preguntaban:
«Y nosotros, ¿qué debemos hacer nosotros?»
Él les contestó:
«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.

diciembre 07, 2024

CLXI PREPARAD EL CAMINO


Sobre
Lucas 3, 1-6



Juan el Bautista fue el primero en atreverse a anunciar a Jesús. Paradójicamente, no era una persona integrada en la sociedad. Vivía apartado de ella en el desierto de los excluidos. Seguramente —como indican algunos estudios— a causa de no encontrarse en sintonía con la clase religiosa oficial, ni con sus ritos, comportamientos y tradiciones. Así pues, el profeta coetáneo del Mesías es alguien que no acudía al Templo ni cumplía las normas religiosas pero, sin embargo, vivía una relación con Dios tan profunda que recibió de Él la fuerza y el ánimo necesarios para salir de su retiro y anunciar la Buena Nueva.


Juan se apoyaba en la palabra del profeta Isaías: "voz que grita en el desierto, preparad el camino del Señor, allanad sus senderos". Con seguridad, creó un ambiente de expectación que en cierta forma fortaleció la recién estrenada vida pública de Jesús y plantó los cimientos de un cambio radical en la percepción de Dios, un Dios que ya no demanda sacrificios sino el sincero arrepentimiento de corazón; que ya no precisa de un Templo fastuoso sino que traslada su casa al Jordán y se vale de algo tan poco suntuoso como el agua que es, desde ese momento, símbolo del perdón y de integración; que ya no necesita de sacerdotes que interpreten y administren su voz, sino que se rodea de hombres y mujeres de toda clase y condición, muchas de ellas personas alejadas y excluidas que encuentran en la promesa de Juan y su anuncio un motivo para la esperanza.


Sin saberlo, todas las personas LGBTIQ+ cristianas nos hemos cruzado con un Juan Bautista en nuestras vidas: circunstancias, pero sobre todo personas que, en un momento dado, nos zarandearon y nos pusieron en marcha sacándonos del lugar donde nos escondíamos. En mi caso hay mujeres y hombres con nombres y apellidos que esperaron el momento oportuno para pedirme que preparara el camino, anunciándome un Dios hasta entonces desconocido en mi vida, desprovisto de condiciones para sentirme querido por Él, desarmado de amenazas y, por el contrario, repleto de todo lo que caracteriza a un padre bueno.


La mayoría de las personas LGBTIQ+ cristianas fuimos —somos— incapaces de acoger el anuncio de Juan, porque en los armarios es muy difícil entender cualquier invitación a desinstalar la idea del Dios del Templo, para colocar en su lugar al Dios de Jesús. El miedo a las consecuencias de hacer pública nuestra identidad sexual, se refuerza con el mensaje incansable y terco que nos llega desde una religión que pone condiciones al amor. Parece como si Dios exigiese sacrificios humanos, inmolando a todas las personas que no cumplen cada una de las condiciones necesarias para ser moralmente aceptables, perfectos varones y perfectas hembras con una afectividad fuera de toda duda. 

La doctrina no hace suyo el encargo de Isaías —que Juan grita— cuando dice "allanad los senderos del Señor", pues ciertamente pone numerosos obstáculos para llegar a Él, abundantes condiciones y después, cuando los más obstinados conseguimos avanzar y perseverar en la búsqueda y el encuentro con Dios, no tarda demasiado en colocarnos pesadas cargas difíciles de llevar. Así pues, las personas LGBTIQ+ cristianas no solo tenemos dificultad para escuchar la voz de Juan a causa de nuestros miedos, sino que continuamente nos ponen impedimentos y condiciones que hacen muy complicado andar el camino para que Jesús llegue a nuestras vidas y se quede.


Me gusta pensar que los hombres y mujeres LGBTIQ+ cristianos llevamos en nuestros corazones el espíritu de Juan. Como él, hemos recorrido el árido desierto anhelando el encuentro con Dios y, cuando estuvimos preparados, hemos salido a la luz para anunciar la Buena Noticia, proclamar la esperanza y contagiar la sensación de sentirnos hijas e hijos queridos por el Padre. Efectivamente, Juan revoluciona la idea de Dios, acercándolo hasta donde era inimaginable. “Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

Porque ”los caminos tortuosos se enderezarán y todos verán la salvación de Dios". Todas y todos sin excepción lo verán.

¡Dichosos quienes no se escandalicen de este Cristo que acoge a las personas LGBTIQ+!


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com


En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tretarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio ttetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.

Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:


«Voz del que grita en el desierto: 

Preparad el camino del Señor, 

allanad sus senderos; 

los valles serán rellenados, 

los montes y colinas serán rebajados; 

lo torcido será enderezado, 

lo escabroso será camino llano. 

Y toda carne verá la salvación de Dios».

noviembre 30, 2024

CLX SE ACERCA NUESTRA LIBERACIÓN


Sobre
Lucas 21, 25-28.34-36



Ya he compartido otras veces que, desde hace no demasiado tiempo, puedo rezar ya, sosegadamente, a partir de un texto de la Palabra de Dios en el que se haga mención al fin del mundo. Cuando era un niño, con la certeza no nombrada de mi identidad sexual, y sin capacidad para comunicar o compartir esas sensaciones y sentimientos, mi mayor temor era el no poder alcanzar a ver al Padre, porque todo apuntaba a que iría directamente a acompañar a Satanás. Ese presentimiento se prolongó durante mi adolescencia, enriquecido por la idea de infierno que se alimentaba de una educación religiosa en la que las personas como yo somos viciosas, invertidas, desviadas, enfermas, promiscuas, y muchos más adjetivos sinónimos de la palabra marica.

Me daba miedo que cualquier persona de mi círculo sospechara que yo era así. Pero lo que de verdad me aterraba era la imposibilidad de evitar serlo.

Cuando salí del armario, con algo más de cuarenta años, y comencé a sanar heridas, cuando me tranquilicé y me dispuse a interpretar qué había pasado con mi vida, no fue difícil darme cuenta de que el fin del mundo y el infierno era precisamente lo que había dejado atrás. Es una reflexión que durante años he orado intensamente, agradecidamente, porque Dios ha dado luz a una parte larga y triste de mi historia, otorgando sentido a todo.


Hay una frase bellísima en el pasaje de Lucas, que ilustra lo que muchas personas cristianas LGBTIQ+ podemos haber sentido desde Dios hacia nosotras, lo que el Padre pronuncia a nuestros oídos y nos mueve —mejor aún, nos conmueve— hasta el punto de hacernos salir de nuestras oscuras cárceles del miedo. Es esta: "cobrad ánimo, levantad vuestra cabeza, porque se acerca vuestra liberación". Jesús la utiliza para tranquilizar a quienes lo escuchan, como diciéndoles "mirad, no os agobiéis ni os asustéis por el estruendo de la vida, porque al final todo va a acabar bien".

El problema es que durante una buena parte de mi vida no tuve ocasión de entender eso que Jesús estaba susurrándome, porque el ruido de una religión que manipulaba el temor de Dios me hacía creer que verdaderamente el sol, la luna, las estrellas caerían sobre mí y no podría hacer nada para impedirlo.


Superar toda esa angustia supone un proceso de conversión tras el que nada es igual que antes, especialmente en la percepción de Dios. Imagino que representa el mismo cambio en la idea del Padre que experimentaron quienes seguían a Jesús durante su vida pública, lo escucharon y percibieron de qué manera sus palabras y actos agitaban los corazones. El sentimiento profundo de cobrar animo, levantar la cabeza y notar cómo se hace realidad la liberación es un regalo que las personas LGBTIQ+ cristianas, fortalecidas por esa experiencia transformadora, hemos recibido de manos del propio Dios. Quizá por eso el Adviento siga removiéndome tanto, pese a que mi trabajo mercantilice el tiempo de la Navidad y a veces me distraiga y exaspere. Pero es cierto que el anuncio de la venida del Mesías supone cada vez una renovación de esa promesa que nos asegura la liberación. Recordar de qué forma Jesús nació en mi corazón como novedad reveladora del amor que Dios me tiene es, por encima de todo, suficiente razón para la esperanza. 


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.

Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.

Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.

Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.

Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».

noviembre 23, 2024

CLIX REYES DE OTRO MUNDO


Sobre
 Juan 18, 33-37.



La realeza de Cristo no podría darse de otra forma que en lo más bajo, en lo ultimo, en lo despreciado, en lo excluido. Ahí sí que tiene sentido Cristo hecho Rey.

No lo entiendo de otra forma. El mismo escenario que describe Juan en estos y posteriores versículos, nos muestra detalles que se alejan mucho de la realeza convencional, pero que son símbolos perfectos de lo que el Maestro pretendía transmitir. No hay un rey vestido de oropeles y ricas túnicas, sino que lleva unos jirones de tela miserables. No hay una corona de oro y diamantes, sino otra de lacerantes espinas. No habrá sonido de cítaras y música de fiesta sino el terrible ruido del látigo. Ni un desfile en bellas carrozas en olor de multitud, pero sí un largo camino con la cruz hasta el calvario. No habrá bailes o festejos. Solo el golpe del martillo sobre los clavos. Ese es el Cristo Rey que me sedujo y no otro.

Jesús renunció a cualquier parecido con la realeza tal como era entendida y parecía comprender Pilato. El reino de Cristo no es de este mundo, sino de otro en el que los últimos son los primeros.


Aún más: Jesús quiere que compartamos con Él esa realeza, dando valor a cada una de las cosas que nos han dado miedo contar, que no hemos sabido compartir, que no hemos sido capaces de asumir como algo bueno y agradable a Dios. Y así podamos hacernos reinas y reyes junto a Él mismo.


Puede que este sea el más complejo, pero también, el más bello y trascendente descubrimiento de cercanía y entrega de Dios hacia mí, lo que me empujó a salir del armario para sentarme en el trono de mi casa, dando por primera vez gracias a Dios por mi homosexualidad. Hasta que no dejé de compadecerme, no pudo entrar Dios en mi vida. Cuando lo hizo, realzó todo lo que antes me agobiaba haciéndolo digno y noble, en absoluto vergonzoso.


Pero de la misma forma, al mismo tiempo hay túnica hecha jirones y también latigazos, hay que llevar la cruz a cuestas, ser investido con una corona de espinas y tal vez crucificado. Compartir la realeza con Jesús significa participar de su pasión. Las personas LGBTIQ+ -y creo que especialmente las creyentes- no dejamos de pertenecer al colectivo de últimos y despreciados, ni siquiera en el mejor de los contextos. Y aunque superemos nuestros miedos, dispongamos de nuestros derechos, contemos nuestras historias, compartamos nuestras esperanzas y demos fe de nuestra confianza en Dios, padre/madre que nos ha creado como obra perfecta suya, aún así habrá quien nos acuse y quiera colgarnos de una cruz, incluso en nombre de un extraño Cristo Rey que necesita que se le hagan sacrificios humanos con todas aquellas personas que no se ajustan a los comportamientos ni a los cánones que marcan la tradición y la doctrina.


De alguna forma todo esto último me hace plenamente consciente de lo que significa la auténtica realeza de Cristo, porque lo fácil sería huir pero hago justo lo contrario, desinstalándome e implicándome hasta donde puedo, a veces sin medir las consecuencias.

Ya estoy muy lejos del armario y a estas alturas me cautiva más el Jesús provocador que el prudente. Y me siento en comunión con Él cuando dice a Pilato que su misión consiste en dar testimonio de la verdad. Imagino que las personas LGBTIQ+ cristianas estamos llamadas a ser testigos de la verdad. Nuestras realidades han sido muchas veces tan penosas, nuestras historias tan dolorosas, que la presencia de Dios en nuestras vidas ha sido especialmente liberadora, y nos ha contagiado la necesidad de denunciar la injusticia y favorecer a los perseguidos, los excluidos, los apartados a las fronteras, los últimos y olvidados.

© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com


En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" Pilato replicó: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús le contestó:

"Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí." Pilato le dijo: "Conque, ¿tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz." 

noviembre 16, 2024

CLVIII EL JUICIO FINAL


Sobre
Marcos 13, 24-32


Cuando, siendo un niño, comencé a intuir con cierta lucidez mi identidad sexual, los textos donde aparecía cualquier alusión al apocalipsis o el fin de los tiempos me provocaban mucho temor. Un miedo más intenso y perceptible que el que podría sentir, posiblemente, otro chaval de mi misma edad que no fuera homosexual. Era así porque, al fin y al cabo, mi fe desde pequeño se construyó en base a una educación moral y religiosa en la que cualquier persona como yo estaba predestinada al infierno. Así de claro. Aunque sabía que podría salvarme si lograba apartar a un lado esos sentimientos impuros y deseos pecaminosos —algo que no podía evitar, como no podía dejar de tener los ojos azules—, o bien si me arrepentía de corazón y rogaba a Dios que me ayudase a eludir ser así —lo cual hacía con frecuencia siendo el fondo recurrente de mi oración a lo largo de muchos años. Evidentemente esos rezos para que me convirtiera en lo que no era no tuvieron respuesta. 

Este sentir, como puede sospecharse, se prolongó hasta mucho después de mi niñez.


Estaba claro que Dios no tenía ninguna intención de impedir que su obra fuese diferente a como la había creado —en este caso un chaval medio rubio, no muy alto, de ojos claros, algo tímido y propenso a meterse en líos. Por el contrario, Dios tenía pensado que desarrollara mi identidad y afectividad como algo natural, perfectamente bueno y agradable a los ojos del Creador, a sus ojos de Padre. 

He de decir que esos planes de Dios no se me pasaban por la cabeza. Me habían explicado que Él era bueno con todas y todos. Pero aquello era la teoría. Nadie me había enseñado lo realmente importante: a apreciar, a oír, a ver o a sentir lo inmensamente bondadoso que es el Creador; que lo era tanto como para que el hecho de que yo fuera homosexual resultase algo tan anecdótico como el color de mi pelo. 

Por eso, porque desconocía la trascendencia del Amor de Dios, seguí intimidado en el armario por mucho tiempo pensando que, tal como decía el evangelio de Marcos, el sol se haría tinieblas sobre mí, la luna no daría su resplandor, los astros se tambalearían, y el Hijo del hombre aparecería con gran poder y majestad enviando a los ángeles para reunir a los elegidos entre los cuales, evidentemente, yo no podría estar.


Hay un cuadro en el Museo de Bellas Artes de Sevilla que de niño me paralizaba literalmente, me clavaba en el suelo y no podía dejar de observarlo al detalle hasta que alguien me arrancaba del lugar. Es “El Juicio Final”, pintado por Martín de Vos. Las personas que son arrastradas por diablos y seres terribles al infierno tienen cara de miedo y expresión de terror. Algunas miran hacia arriba, implorantes, donde se sitúan María y los santos, y otras giran trágicamente el rostro al lado donde las almas resucitadas son recibidas por los ángeles. En la parte superior del cuadro, al centro, está Jesús en actitud de juzgar. Y a un metro me encontraba yo asustado, espantado ante lo que podría sucederme, meditando qué decir al juez en mi defensa.


Es muy triste crecer permanentemente atemorizado, siempre acobardado porque te hacen creer que lo que eres no vale, porque eres todo pecado, porque tu comportamiento vital es intrínsecamente desordenado y contrario a la ley natural (PH 8; CIC 2357) y que cuando Jesús regrese con gloria de los cielos a juzgar a vivos y muertos, tu nombre ya está escrito en la lista de los desventurados destinados al infierno.

Para algunas personas LGBTIQ+ la vida era ya un tremendo infierno, así que resultaba muy tentador acabar con ella cuanto antes.


Me costó bastante tiempo y un largo desierto, pero finalmente vencí al miedo. Una de las muchas razones que me empujaron a salir del armario fue el convencimiento de que Dios verdaderamente me ama tal como soy. Esa certeza hizo saltar por los aires cualquier sentimiento de culpabilidad y de pecado con respecto a mi identidad. Por primera vez pude ponerme ante el Padre y hablarle como homosexual, sin caretas ni disfraces. 

Hasta ese momento había tenido que ofrecer en sacrificio una parte de mí para poder congraciarme con Él, sin darme cuenta de que, en verdad, Dios no tenía nada que ver con ese holocausto. Y, aunque aquello sucedió hace años, es ahora cuando la oración me posibilita encontrar sentido a todo eso que viví, con mayor o menor dolor, durante un periodo prolongado de mi historia.

No me quejo. Cualquier experiencia era de Dios, incluso esas en que parecía ausente, esas que parecían parte de un escenario del apocalipsis que tanto miedo me daba. Y es que ahora sé que, como para cualquier persona LGBTIQ+ creyente, el fin del mundo sucedió durante el tiempo de la vida en que no pude ser yo, porque como persona estaba negado por los demás y, consecuentemente, anulado por mí mismo, auto castigado por ser homosexual. Las personas LGBTIQ+ creyentes tenemos que atravesar momentos de oscuridad, de astros y estrellas cayendo sobre nuestras cabezas, antes de poder disfrutar de la presencia del Padre y reconocernos como obra perfecta suya.


El texto de Marcos es precioso cuando dice que tras la gran angustia llegará el brotar de las yemas en las ramas de la higuera, como señal de la cercanía del Hijo de Dios. Y es cierto: Doy testimonio de mi vida en el tiempo en que no era yo, no podía serlo y por lo mismo me alejaba del Padre. En esa etapa hubo tinieblas, los astros cayeron sobre mi cabeza y era el fin de todo. Son los años en los que no encuentro sentido a nada, me desespero, tomo decisiones equivocadas y fracaso al despreciar la presencia de Jesús en mí.

Pero cuando recobro las fuerzas y recupero la lucidez, Dios se hace fuerte y las yemas empiezan a brotar en las ramas de mi vida.


El apocalipsis es espacio de oscuridad, de temor, de dolor, de soledad. Es algo que supuestamente sucede al final de los tiempos pero no siempre es así. Cualquier persona LGBTIQ+ puede confirmar que los cielos y la tierra se derrumban sobre sus cabezas al principio de sus historias vitales, cuando todo se complica, y ese fin del mundo terrible solo acaba cuando tomas consciencia de la bondad de Dios, te dejas hacer por Él, confías y por fin notas cómo brotan las tiernas yemas en tu aparentemente duro y seco corazón. 


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.»