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diciembre 14, 2024

CLXII NARRAR LA ALEGRÍA


Sobre
Lucas 3, 10-18


No se puede entender el texto del evangelio de hoy sin antes interiorizar las lecturas de Sofonías y de San Pablo a los Filipenses que lo acompañan en la liturgia del tercer domingo de Adviento. En ambas se nos transmiten mensajes de esperanza que parecen dirigidos con certeza a todos los colectivos que, de una u otra forma, vivimos en las fronteras de la Iglesia. 

En la primera deja claro que Dios nos ama y que esa verdad ha de ser la razón por la que hemos de estar alegres. En la segunda, San Pablo igualmente nos exhorta a estar contentos y nos anima a no preocuparnos, porque nuestras necesidades las conoce el Señor y serán escuchadas.


Tristemente, aún hay muchas personas LGBTIQ+ creyentes que no son capaces de creer absolutamente en nada de eso. Ni sienten razones para estar alegres, ni tienen indicios de que Dios les ame. Desde luego están demasiado agobiadas pensando que al final de sus días acabarán condenadas, porque no son como el Padre de los cielos quiere que sean sus hijas e hijos. Así es como sus educadores y sus pastores interpretaron para ellas y ellos la Palabra. Es así como se provoca el distanciamiento hacia el Padre.


Desde mi experiencia de vida, no entendí la trascendencia de todo lo que Sofonías, Pablo y Juan Bautista anuncian hasta que me empapé del amor de Dios, hasta que me reconocí hijo querido suyo, y hasta que me alegré en Él y aprendí a confiar mis necesidades poniéndolas en sus manos, dejándome hacer en su voluntad.

No en vano fui capaz de separar mi fe en Dios de la religión y la doctrina angustiosa, antes de que ambas provocaran que esa débil fe con la que atravesé el desierto se esfumara. Y lo hice yéndome al pedregal de Juan Bautista, al silencio donde, si logras callar la tormenta, descubres que la voz de Dios no está en los truenos sino en la débil brisa que susurra y te roza el rostro. Allí me dejé llevar como en el canto de Oseas: me dejé seducir y dejé que hablara a mi corazón.


Esperé a reencontrarme con mi Creador para salir del armario. Creo que necesitaba tranquilizar mi alma y recuperar al Dios que perdí de pequeño, antes de quitarme el disfraz y ser de una vez por todas yo mismo. Cuando me sentí amado por Dios empecé a vivir la alegría del Evangelio y fui capaz de confiar en su corazón mis preocupaciones, desvaneciéndose cada una de ellas. Es justo en ese momento cuando el mensaje de Juan Bautista tiene sentido.

Porque en definitiva, lo que Juan anuncia es lo que yo había experimentado en esa desesperada "reconversión" en la que recuperé la fe que me había sido pervertida y secuestrada cuando que era un crío.


Las personas LGBTIQ+ cristianas no salimos del armario y continuamos con nuestras vidas con total normalidad, como si no hubiese pasado nada. Más bien nos ocurre como cuenta el evangelista. Hacemos en voz alta la misma pregunta que aquellas gentes: ¿y ahora qué debemos hacer?

Juan tiene una respuesta para cada realidad concreta. En mi caso, al principio tropezando, después orando mucho, intuí qué quería Dios de mí, qué había de hacer. Y esa intuición en cuanto a lo que el Padre espera, coincide con la de la mayoría de mujeres y hombres LGBTIQ+ cristianas que pasan por esta experiencia, es decir, poner en valor nuestras historias, contar cómo Dios ha dado sentido a nuestras vidas y narrar de qué manera y con cuánta generosidad nos ama tal como somos.


Después de todo, contar cómo Dios es fuente de alegría en mi vida es el preámbulo de lo que Juan anuncia, cuando se coloca a un lado para dar protagonismo a Jesús. El que viene es más fuerte, dice Juan. Cristo es quien de verdad enciende el corazón y facilita que el fuego del Espíritu sea el auténtico bautismo que convierte los corazones. Definitivamente desaparece la tristeza, no hay más dolor, todo tiene sentido.

Las mujeres y los hombres LGBTIQ+ cristianos estamos llamados a ser nosotros mismos, sin miedo. Solo desde nuestra sincera realidad, confiadas y confiados en el Señor, seremos instrumentos eficaces en el anuncio de la Buena Noticia. Nadie como nosotros —que con tanto esfuerzo conservamos la fe en lámparas encendidas y guardamos suficiente aceite para que no nos faltara luz—, nadie pues como nosotros sabe lo que significa estar al borde del camino y ser rescatados, curados, abrazados, valorados como obras perfectas del Creador. 

© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com


En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:

«¿Entonces, qué debemos hacer?»
Él contestaba:
«El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacemos nosotros?»
Él les contestó:
«No exijáis más de lo establecido».
Unos soldados igualmente le preguntaban:
«Y nosotros, ¿qué debemos hacer nosotros?»
Él les contestó:
«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.

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