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abril 26, 2025

CLXVI. LAS DOS DUDAS


Sobre
Juan 20, 19-31


Tenía poco más de nueve años cuando nació mi primera duda, acerca de si Dios me amaba. 

Señor, ¿Tú me amas? Aunque no era ese el verbo que repetí tantas veces en esa pregunta que se hizo un mantra desde tan pequeño, porque todavía no sabía conjugar el verbo amar. 

¿Tú me quieres, Jesús? Eso le decía. Era mi primera duda de fe siendo una fe tan joven. Me habían convencido de que Él no me apreciaba. Decían nadie como tú entrará en el Reino de los Cielos, y esa sentencia retumbaba en eco por las paredes de mi recién construido armario. Porque lo pronunciaban para todos pero yo sabía que me lo decían a mí. El Padre no deseaba recibirme en su casa.

La duda, la eterna duda de si aquel a quien me presentaban como Abbá, era capaz de amar a personas como yo, o por el contrario estaba predestinado al infierno de los maricas, esa duda creció hasta hacerse insoportable. Entonces dudé otra vez. Dije puede que una salida en falso sea la solución. Cerré los ojos.

Ya no es un drama evocarlo. Lejos de serlo, me recuerda que en realidad esa no fue una desconfianza en Dios sino en mí mismo. 

Esa fue mi primera duda.

Se aclaró cuando desapareció el ruido, y la voz del Padre tocó mi corazón. Le dije te estaba buscando pero iba perdido, demasiado preocupado en pedirte cosas sin saber escuchar, porque había olvidado que Tú te vales de lo sencillo y que hablas en el silencio. Y en el silencio supe que me ama tal como soy.

Mi segunda duda se mantuvo en el tiempo. Decía Iglesia, ¿me quieres? Y después gritaba ¡¡Iglesia, ¿me acoges?!! 

Entonces llegó Francisco. Si una persona es gay —dijo— y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?

El papa Francisco abrió aun más la ventana, y entró la luz: Quien rechaza a los homosexuales no tiene corazón humano.

Dios te hizo así. Dios te ama así.

Dar más importancia al adjetivo (homosexual) que al nombre (ser humano) no es bueno.

Todos somos hijos e hijas de Dios, y Dios nos ama como somos y por la fuerza que cada uno tiene para luchar por su dignidad. Ser homosexual no es un delito.

Las personas LGBTIQ+ tienen derecho a estar en una familia. Nadie tiene que ser excluido por ello. Tenemos que crear una ley de uniones civiles.

Poco después las parejas del mismo sexo eran bendecidas.

Francisco atenuó mi duda y la de muchos cristianos católicos LGBTIQ+ en cuanto a que somos bien recibidos en la Iglesia. 

Como Tomás, aún me siento tentado a poner mi mano en las heridas del costado y las manos del Mesías, y de esa forma colocarla en las puertas de la Iglesia de Jesús. ¡No te cierres, Iglesia!.

El primer papa que se acercó de corazón a las periferias de la Iglesia se ha marchado. El papa de la misericordia, el pastor que huele a oveja, el sucesor de Pedro que abraza a transexuales y se reune con lesbianas y homosexuales ya no está entre nosotros.

Gracias Francisco por aliviar mi última duda. Gracias por anteponer el amor del Padre sobre la tradición y la doctrina. Gracias por tu valentía y la confianza ciega que pusiste en el Espíritu Santo, a quien ruego —a quien rogamos— nos conceda el don de esperar en la esperanza de que vendrá una Iglesia acogedora, sin diferentes, sin miedos.

© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com



Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.

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