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abril 26, 2025

CLXVI. LAS DOS DUDAS


Sobre
Juan 20, 19-31


Tenía poco más de nueve años cuando nació mi primera duda, acerca de si Dios me amaba. 

Señor, ¿Tú me amas? Aunque no era ese el verbo que repetí tantas veces en esa pregunta que se hizo un mantra desde tan pequeño, porque todavía no sabía conjugar el verbo amar. 

¿Tú me quieres, Jesús? Eso le decía. Era mi primera duda de fe siendo una fe tan joven. Me habían convencido de que Él no me apreciaba. Decían nadie como tú entrará en el Reino de los Cielos, y esa sentencia retumbaba en eco por las paredes de mi recién construido armario. Porque lo pronunciaban para todos pero yo sabía que me lo decían a mí. El Padre no deseaba recibirme en su casa.

La duda, la eterna duda de si aquel a quien me presentaban como Abbá, era capaz de amar a personas como yo, o por el contrario estaba predestinado al infierno de los maricas, esa duda creció hasta hacerse insoportable. Entonces dudé otra vez. Dije puede que una salida en falso sea la solución. Cerré los ojos.

Ya no es un drama evocarlo. Lejos de serlo, me recuerda que en realidad esa no fue una desconfianza en Dios sino en mí mismo. 

Esa fue mi primera duda.

Se aclaró cuando desapareció el ruido, y la voz del Padre tocó mi corazón. Le dije te estaba buscando pero iba perdido, demasiado preocupado en pedirte cosas sin saber escuchar, porque había olvidado que Tú te vales de lo sencillo y que hablas en el silencio. Y en el silencio supe que me ama tal como soy.

Mi segunda duda se mantuvo en el tiempo. Decía Iglesia, ¿me quieres? Y después gritaba ¡¡Iglesia, ¿me acoges?!! 

Entonces llegó Francisco. Si una persona es gay —dijo— y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?

El papa Francisco abrió aun más la ventana, y entró la luz: Quien rechaza a los homosexuales no tiene corazón humano.

Dios te hizo así. Dios te ama así.

Dar más importancia al adjetivo (homosexual) que al nombre (ser humano) no es bueno.

Todos somos hijos e hijas de Dios, y Dios nos ama como somos y por la fuerza que cada uno tiene para luchar por su dignidad. Ser homosexual no es un delito.

Las personas LGBTIQ+ tienen derecho a estar en una familia. Nadie tiene que ser excluido por ello. Tenemos que crear una ley de uniones civiles.

Poco después las parejas del mismo sexo eran bendecidas.

Francisco atenuó mi duda y la de muchos cristianos católicos LGBTIQ+ en cuanto a que somos bien recibidos en la Iglesia. 

Como Tomás, aún me siento tentado a poner mi mano en las heridas del costado y las manos del Mesías, y de esa forma colocarla en las puertas de la Iglesia de Jesús. ¡No te cierres, Iglesia!.

El primer papa que se acercó de corazón a las periferias de la Iglesia se ha marchado. El papa de la misericordia, el pastor que huele a oveja, el sucesor de Pedro que abraza a transexuales y se reune con lesbianas y homosexuales ya no está entre nosotros.

Gracias Francisco por aliviar mi última duda. Gracias por anteponer el amor del Padre sobre la tradición y la doctrina. Gracias por tu valentía y la confianza ciega que pusiste en el Espíritu Santo, a quien ruego —a quien rogamos— nos conceda el don de esperar en la esperanza de que vendrá una Iglesia acogedora, sin diferentes, sin miedos.

© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com



Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.

abril 19, 2025

CLXV. RESUCITAR


Sobre
 Juan 20, 1-9


Para resucitar, primero hay que morir. Tengo experiencia en muertes porque, como homosexual creyente, al igual que muchas personas LGBTIQ+ creyentes, he habitado más de un sepulcro antes de abandonar el último.
Lejos de entristecerme el largo desierto y aquella vida de dobles vidas, me alegra ese tiempo pasado porque ahora en perspectiva sé que atravesarlo me permitió percibir la necesidad de Dios, y no precisamente la de un Dios de muertos sino de vivos.

Ciertamente, muchas veces pude resucitar en parte, sólo por un tiempo, en un intento vano de morir a una vida que no me era agradable, construyendo otra mentira sobre la anterior. Y así muchas veces, tantas como fue necesario. Las personas LGBTIQ+ desarrollamos una gran capacidad de reinventarnos para mantener viva nuestra coartada y estar a salvo de burlas, risas, comentarios, sospechas, golpes, insultos, rechazos, desengaños. Todas esas cosas eran relativamente fáciles de evitar si conseguía disimular miradas o inventarme besos a novias invisibles. Pero todo era diferente cuando entraba Dios en cruzada, invitado por alguno de esos que inyectaban en mis venas el amargo sabor de que no era natural lo que yo sentía, que era pecado como yo sentía, que no era propio de buen hijo del Padre amar como yo amaba ni soñar como yo soñaba ser feliz. Ante Dios no podía establecer ninguna historia paralela con la que ocultar esa parte de mí que no era agradable a sus ojos, así que volvía a morir para resucitar por un tiempo una vez tras otra. Casi me convencen de que el Padre no me quería.
Las personas LGBTIQ+ hemos muerto tantas veces a tantas cosas, que nos merecemos resucitar.

Me cansé de revivir en falso. Un verano, desesperado y casi convencido de que Dios no me amaba, me puse a tiro en Loja, un pueblo de Granada, en medio de un ruidoso silencio y atormentado porque la fe se me iba de las manos. Me atreví a recriminar a Dios por cuánto me hacía sufrir ser como me había creado, y pasé seis días desafiándolo a que me diera razones para seguir con Él y no abandonarlo definitivamente. Una de las últimas noches en una celebración a la que asistí mecánicamente, comenzaron a entonar el Canto de Oseas,

»conozco tu conducta y tu constante esfuerzo, has sufrido por mi causa sin sucumbir al cansancio, pero tengo contra ti que has dejado enfriar tu primer amor. Por eso yo la voy a seducir, la llevaré al desierto y allí hablaré a su corazón y ella me responderá como en los días de su juventud. 

Algo se movió en mí, como si esta última muerte que se iba fraguando se paralizase, y Dios estuviese dándome suaves tortas para espabilarme. Al rato comenzaron a cantar el canon “Nada nos separará del amor de Dios”, y rompí a llorar con la certeza de que el Padre me había recuperado para siempre. De pronto todo había cobrado sentido en esas dos chispas que seguro a nadie más allí significaban poco menos que un par de cantos en una celebración. En ese instante se movió la piedra, entró la luz y pude resucitar para siempre.

Resucitar a la certidumbre de que somos personas únicas e irremplazables. Resucitar a esperar del otro una acogida sincera. Resucitar a la felicidad de ser nosotras y nosotros mismos sin miedo a mostrarnos tal como somos. Resucitar para luchar por una sociedad abierta, sincera, valiente. Resucitar a una Iglesia de fe y no de tradición. Resucitar a confiar en Dios ciegamente. Nacer de nuevo para anunciar a nuestras hermanas y hermanos LGBTIQ+ que Dios nos ama con todo lo que somos, sin despreciar ni uno solo de nuestros cabellos, acariciando cada una de nuestras heridas. Jesús resucita en nosotras, vive en nosotros.

© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com


El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

abril 11, 2025

CLXIV. TRES PISTAS SOBRE LA PASIÓN DE CRISTO: DE LA NEGACIÓN AL PERDÓN.


Sobre
 Lucas 22, 14-23,56


Estos días de Pre-Pascua son una buena ocasión para contemplar, interiorizar, discernir... Se abre un espacio de pocos días, intensos, convenientes para serenar los corazones y dejarnos hacer permitiendo que el Padre nos hable, nos acaricie, nos estreche en su pasión y muerte. 

El relato del padecimiento de Jesús hasta la cruz está lleno de detalles que esperan ser descubiertos para dar luz y sentido a diferentes sucesos de tu vida, de mi vida, de nuestra vida. 

Te propongo tres señales a partir de las que reflexionar partiendo de este texto que nos dejó el evangelista Lucas. Siempre comparto mi experiencia de vida, así que las tres dan luz a mi historia, pero convencido de que, probablemente, también puedan iluminar la de muchas personas cristianas LGBTIQ+: las negaciones de Pedro, Cristo portando la cruz y las palabras de Jesús, «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».


1. Negar a Jesús


No es extraño que las personas LGBTIQ+ cristianas hayamos coincidido en la experiencia de distanciamiento con respecto a Dios y la Iglesia, para después volver. Habitualmente equiparamos esa secuencia de alejamiento y posterior regreso con la parábola del hijo pródigo. Pero a mí me fascina otro pasaje que está dentro del relato de la pasión: las negaciones de Pedro.

Desde siempre me siento muy identificado con Pedro (como con Jonás): cabezota, desconfiado, temeroso; pero esa identificación ha evolucionado con el tiempo y también (supongo) gracias a la oración. Antes de salir del armario veía en mí al Pedro cobarde que no es capaz de dar la cara por Jesús. Así era yo, una persona atemorizada que no se atreve a decir a nadie quién es en verdad y, por descontado, que es incapaz de discernir el lugar de Dios en su vida.

Ahora sé que el Padre no tuvo nada que ver con que estuviese tantos años dentro de un armario. Realmente a quienes tenía miedo de que pudieran hacerme daño eran las mujeres y hombres, incluyendo personas de Iglesia, que manifestaban algún tipo de aversión hacia mí o hacia lo que yo significaba. Dios —por mucho que se empeñaran algunos en hacérmelo creer— no tiene nada que ver en ello. Aún así, la reacción más común es culpar al Padre e iniciar un proceso de negación respecto a lo que Él es y representa. 

Cuando preguntaban a Pedro, negaba tercamente que conociera al Señor. Yo también he negado a Jesús diciéndole “esto es demasiado, no quiero arriesgar, no te conozco, te abandono”. No quería saber nada.

Pero cada cual conoce los cantos del gallo que dan paso a la urgencia por recuperar a Dios en su vida. Pedro recobró el sentido con el tercer canto, dándose cuenta de que solo Jesús podía dar sentido a su existir. Rescató el valor necesario para ser él mismo sin renunciar al Maestro. 

Para mí fue la necesidad apremiante de reconocerme persona valiosa y, en consecuencia, obra preciosa del Padre. Saberme amado por Dios tal como soy, con mi propia identidad, con mis valores y errores, me puso en camino, como a Pedro.


2. Cargar la cruz


Con quince años busqué una iglesia donde pasar desapercibido, para poder confesarme. En mi obsesión de mantener en secreto lo que estaba sintiendo, temía contar nada a sacerdotes con los que trataba en el colegio, no porque me delataran, sino por mi celo en que nunca supieran que era uno de esos invertidos, pecadores condenados, según lo que les había escuchado que eran los hombres y mujeres LGBTIQ+. Imaginaba sus miradas acusadoras cada vez que me cruzara con ellos por los pasillos. En realidad esta es la carga de ofuscación que lleva en la mochila cualquier persona que malvive en el armario, una desconfianza que sólo puede compararse al temor a ser descubierto y el miedo al daño que eso pudiera causarnos.

Fui a una parroquia en un barrio al otro extremo de la ciudad. Vi que era un cura joven y respiré tranquilo presintiendo que podría darme algunas palabras de ayuda. Pero fue todo lo contrario: se cercioró de que comprendiera que mi alma estaba en serio peligro, y me arengó sobre los terribles efectos para mi vida si mantenía ese instinto desviado. También me hizo ver lo triste que estaba Jesús por mi causa.

Le conté que no podía evitar lo que sentía, y entonces me dijo: Esa es tu cruz. Coge tu cruz y pórtala sacrificándote por Cristo. 


Jamás regresé a aquella parroquia ni volví a ver a ese sacerdote que consiguió entristecerme y desalentarme aún más de lo que ya estaba. Pero cuando visito algún templo y veo una imagen de Jesús portando la cruz, me acuerdo de ese momento y espontáneamente rezo por todas las cruces que hay en esa que porta el Maestro. Cuando ese cura me invitó a coger la cruz de mi homosexualidad, estaba dando por hecho que mi identidad sexual era algo malo y perverso, un instrumento de martirio que debía llevar toda mi vida soportando sacrificadamente, ofreciéndoselo a Dios para eximir este pecado abominable. 

Eso que daba por hecho aquel sacerdote no sólo no sirvió para nada a un chaval asustado de quince años, sino que lo hundió en la angustia de sentirse un error.

Ser LGBTIQ+ no es una cruz. Sí es una cruz soportar el desprecio, la intolerancia, el rechazo, la exclusión, los murmullos, los golpes, las burlas por ser diferente. Una cruz es el armario. Una cruz es la soledad. Una cruz es el miedo.

Cuando Jesús carga la cruz camino del Gólgota lleva sobre sí todas esas cruces, las de las personas LGBTIQ+, las de todos los sufrientes, las de las periferias de la Iglesia.


3. Perdonar


Creo que el perdón es la última tarea pendiente de la comunidad LGBTIQ+ cristiana. Sé que las mujeres y hombres LGBTIQ+ guardamos suficientes razones para alimentar el rencor y el resentimiento que, muchas veces, cuesta trabajo dominar.

En el colectivo LGBTIQ+ sufrimos rechazo así como violencia verbal y física, especialmente grave si en vez de vivir en un país libre lo haces en cualquiera en los que ser LGBTIQ+ es un delito o está penado con la muerte.

Esto es alarmante. Pero es escandaloso que desde la Iglesia se mantengan y validen mensajes excluyentes y ofensivos, presentando a las personas LGBTIQ+ como raros, enfermos y contrarios a la fe auténtica. Según el Catecismo, nuestros comportamientos son intrínsecamente desordenados y contrarios a la ley natural. Ese y otros documentos, intervenciones, homilías, crean en el Pueblo de Dios la percepción de que las personas LGBTIQ+ somos seres anómalos que no vivimos según los valores de los Evangelios. Así es difícil eliminar el rencor. Cuando una herida cura, se causa otra.


La comunidad LGBTIQ+ cristiana debe generar corrientes de perdón, más allá de entrar en el juego de la ofensa. Una vez sabemos que somos obra del Padre, y que asumimos que nada podrá separarnos del amor de Dios, sólo queda llevar a la práctica no ya las palabras de Jesús cuando dice “Orad por los que os calumnian”, o “Perdonad setenta veces siete”, sino sobre todo las que pronuncia desde la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Esa frase significa que debemos amar a los enemigos, a quien nos hace mal, a quien nos calumnia, a quien nos rechaza y excluye. No es suavizar la denuncia profética sino revestir de misericordia todas nuestras acciones. 


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com




C. Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo:
+ - «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios.»
C. Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo:
+ - «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios.» Haced esto en memoria mía
C. Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:
+ - «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.»
C. Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo:
+ - «Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.»
¡Ay de ése que entrega al Hijo del hombre!
«Pero mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va, según lo establecido; pero, ¡ay de ése que lo entrega!»
C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso. Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve
C. Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo:
+ - «Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve.
Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.
Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel.»
Tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos
C. Y añadió:
+ - «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos.»
C. Él le contesto:
S. -«Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte.»
C. Jesús le replicó:
+ - «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme.»
Tiene que cumplirse en mí lo que está escrito
C. Y dijo a todos:
+ - «Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?»
C. Contestaron:
S. - «Nada.»
C. Él añadió:
+ - «Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada, que venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: Fue contado con los malhechores." Lo que se refiere a mí toca a su fin.»
C. Ellos dijeron:
S. - «Señor, aquí hay dos espadas.»
C. Él les contesto:
+ - «Basta.»
En medio de su angustia, oraba con más insistencia
C. Y salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo:
+ - «Orad, para no caer en la tentación.»
C . Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba, diciendo:
+ - «Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
C - Y se le apareció un ángel del cielo, que lo animaba. En medio de su angustia, oraba con más insistencia. Y le bajaba hasta el suelo un sudor como de gotas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo:
+ - «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación.» Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?
C. Todavía estaba hablando, cuando aparece gente; y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo:
+ - «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?»
C. Al darse cuenta los que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron:
S. - «Señor, ¿herimos con la espada?»
C. Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo:
+ - «Dejadlo, basta.»
C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él:
+ - «¿Habéis salido con espadas y palos, como a caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas.»
Pedro, saliendo afuera, lloró amargamente
C. Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro se sentó entre ellos.
Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo:
S. - «También éste estaba con él.»
C. Pero él lo negó, diciendo:
S. - «No lo conozco, mujer.»
C. Poco después lo vio otro y le dijo:
S. - «Tú también eres uno de ellos.»
C. Pedro replicó:
S. - «Hombre, no lo soy.»
C. Pasada cosa de una hora, otro insistía:
S. - «Sin duda, también éste estaba con él, porque es galileo.»
C. Pedro contestó:
S. - «Hombre, no sé de qué me hablas.»
C. Y, estaba todavía hablando, cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Haz de profeta; ¿quién te ha pegado?
C. Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, dándole golpes.
Y, tapándole la cara, le preguntaban:
S. - «Haz de profeta; ¿quién te ha pegado?»
C. Y proferían contra él otros muchos insultos.
Lo hicieron comparecer ante su Sanedrín
C. Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y escribas, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron:
S. - «Si tú eres el Mesías, dínoslo.»
C. Él les contesto:
+ - «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder.
Desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso.»
C. Dijeron todos:
S. - «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?»
C. Él les contestó:
+ - «Vosotros lo decís, yo lo soy.»
C. Ellos dijeron:
S. - «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca.»
C. Se levantó toda la asamblea, y llevaron a Jesús a presencia de Pilato.
No encuentro ninguna culpa en este hombre
C. Y se pusieron a acusarlo, diciendo:
S. - «Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey.»
C. Pilato preguntó a Jesús:
S. - «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Él le contestó:
+. - «Tú lo dices.»
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. - «No encuentro ninguna culpa en este hombre.»
C. Ellos insistían con más fuerza, diciendo:
S. - «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí.»
C. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y, al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.
Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio
C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le contestó ni palabra.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal.
Pilato entregó a Jesús a su arbitrio
C. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo:
S. - «Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré.»
C. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa, diciendo:
S. - «¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás.»
C. A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. - «¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C. Él les dijo por tercera vez:
S. - «Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré.»
C. Ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío.
Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
+ - «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: "Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado." Entonces empezarán a decirles a los montes: "Desplomaos sobre nosotros", y a las colinas: "Sepultadnos"; porque, si así tratan al leño verde, ¿qué pasara con el seco?»
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
C. Y, cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
+ - «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
C. Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte.
Éste es el rey de los judíos
C. El pueblo estaba mirando.
Las autoridades le hacían muecas, diciendo:
S - «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.»
C. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
S. - «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.»
C. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.»
Hoy estarás conmigo en el paraíso
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
S. - «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»
C. Pero el otro le increpaba:
S. - «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.»
C. Y decía:
S. - «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.»
C. Jesús le respondió:
+ - «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»
Padre,a tus manos encomiendo mi espíritu
C. Era ya eso de mediodía, y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+ - «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.»
C. Y, dicho esto, expiró.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa
C. El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios, diciendo:
S. - «Realmente, este hombre era justo.»
C. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.
José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro excavado
C. Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de Arimatea, pueblo de Judea, y que aguardaba el reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía.
Era el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta, prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.

abril 05, 2025

CLXIII. LANZAR PIEDRAS EN NOMBRE DE DIOS


Sobre
 Juan 8, 1-11.



Para una persona LGBTIQ+ es difícil no situarse junto a la mujer adúltera, a punto de ser apedreada por haber escandalizado a la gente aparentemente cumplidora y fervorosa de Jerusalén. Al menos a mí se me hace complicado. Desde chaval me he sentido ahí, en el centro del círculo, rodeado de gente señalándome porque soy diferente. Esta es la razón de ser de los armarios: sabes que si te visibilizas, más tarde o más temprano te harán daño.  


Agradezco a mi armario el haber servido de muro y refugio tras el que evitar palizas y patadas, como las que sí he podido ver sobre otros sin ser capaz de intervenir, porque el miedo paraliza incluso los mejores principios. Los ataques verbales, los desprecios y las condenas tampoco los sufrí en primera persona estando en el armario, pero aún así eran dardos que calaban hondo hasta las entrañas, agrandaban y hacían enorme y pesada la soledad, me hacían sentir despreciable ante Dios. 


Superar el armario fue posible gracias a un largo proceso de reconocimiento personal, es decir, solo fui capaz —al igual que muchas personas LGBTIQ+— cuando recuperé la autoestima y me valoré como persona aceptando mi homosexualidad —no como un defecto y por tanto algo malo, sino como algo natural y perfectamente bueno, también a los ojos del Creador. 

Por eso rescaté a Dios para mi vida, porque era imposible entenderla sin invitar al Padre a entrar en mi casa siendo Él sorprendentemente quien llevaba mucho tiempo esperándome.


Después tuve que calmar el dolor, curar las heridas, sanar el rencor y eliminar el resentimiento. La mujer adúltera del relato de Juan curó dolor, heridas, rencor y resentimiento gracias a las palabras de Jesús: «Tampoco yo te condeno; anda y en adelante no peques más». Siempre me he preguntado qué graves pecados tendría la mujer adúltera diferentes a los de cualquiera que estaba preparado con una piedra en la mano a punto de lapidarla. Desde luego Jesús acababa de quitar valor a la ley antigua que condenaba a esta mujer a ser apedreada. 


A mí me costó mucho tiempo curar mi resentimiento. Justo cuando salí del armario la Iglesia española entraba en virulenta guerra contra la realidad LGBTIQ+ a causa de la ley del matrimonio igualitario. En la Navidad del 2004 un obispo español hizo una desafortunada comparación entre la “tendencia homosexual” y la propensión al robo o al asesinato. Algo así como “puedes tener una inclinación, pero otra cosa es que la practiques”. Y después se quitó la culpa: «Yo nunca he dicho que los homosexuales no entrarán en el Reino de los Cielos; lo dice San Pablo». Tantos años de teología para afirmar que San Pablo es el culpable.

Otros obispos dijeron cosas tan tristes como que las personas LGBTIQ+ no éramos auténticas hijas de Dios. Por lo que me he acordado de este prelado en particular es porque también hizo mención a lo que compartió un político católico en una entrevista en televisión. El ministro dijo que si Cristo volviera a la Tierra estaría con los pobres y los pecadores y no miraría con quién se acuesta la gente. El obispo contestó al día siguiente sacando a la luz el pasaje del evangelista Juan sobre la mujer adúltera: «Jesús no le dijo que pudiese acostarse con quien quisiese, sino: “Tampoco yo te condeno, vete en paz y no peques más"». 


Me pregunto qué pecados tendría yo diferentes a los de cualquier obispo. No tuve la suerte de la mujer adúltera, que escuchó nítidamente a Jesús diciéndole que Él tampoco la condenaba. En mi caso había demasiado ruido alrededor, no se habían ido los fariseos ni los doctores de la ley. Seguían levantando la mano amenazando con apedrearme mientras gritaban que mis comportamientos son intrínsecamente desordenados y debía cambiar para ganar el aprecio de Dios. Así que tardé mucho en escuchar a Jesús porque tuve que aprender a descubrir su voz suave en medio de tanto escándalo.


Aún hoy las declaraciones de unos y otros “profesionales de la religión” me impiden oír a Cristo y hacen que —como dice mi acompañante espiritual— se me cuele el mal espíritu, y recupere rencor y resentimiento con la fuerza de antaño. En esos momentos me gustaría decir a los que tiran piedras que ya basta de hacer daño, de causar dolor, de crear angustia, de arrancarle a la gente la fe, de apropiarse del nombre de Dios, de adueñarse de la Iglesia de Jesús. Ya basta. ¿Queda algo más por lo que tengamos que suplicarles que nos dejen vivir en paz nuestra fe dentro de la Iglesia? 


Después se me pasa ese mal espíritu, justo cuando recupero la capacidad de escuchar la voz cálida de Cristo entre tanto griterío. Ahí el resentimiento se disipa y soy capaz de perdonar hasta la próxima vez. Me gusta pensar que este debe ser el modo de actuar de las personas LGBTIQ+ cristianas frente a los letrados y los fariseos: no con rencor sino con perdón, pero a la vez manteniendo nuestro testimonio y elevando la voz en la denuncia profética. No van a apagar nuestra voz. No van a lapidar nuestra fe. No vamos a perder la esperanza en la Iglesia de Jesús.


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com



En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?"
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra."
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?" Ella contestó: "Ninguno, Señor."

Jesús dijo: "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más".