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noviembre 16, 2024

CXLVIII EL JUICIO FINAL


Sobre
Marcos 13, 24-32


Cuando, siendo un niño, comencé a intuir con cierta lucidez mi identidad sexual, los textos donde aparecía cualquier alusión al apocalipsis o el fin de los tiempos me provocaban mucho temor. Un miedo más intenso y perceptible que el que podría sentir, posiblemente, otro chaval de mi misma edad que no fuera homosexual. Era así porque, al fin y al cabo, mi fe desde pequeño se construyó en base a una educación moral y religiosa en la que cualquier persona como yo estaba predestinada al infierno. Así de claro. Aunque sabía que podría salvarme si lograba apartar a un lado esos sentimientos impuros y deseos pecaminosos —algo que no podía evitar, como no podía dejar de tener los ojos azules—, o bien si me arrepentía de corazón y rogaba a Dios que me ayudase a eludir ser así —lo cual hacía con frecuencia siendo el fondo recurrente de mi oración a lo largo de muchos años. Evidentemente esos rezos para que me convirtiera en lo que no era no tuvieron respuesta. 

Este sentir, como puede sospecharse, se prolongó hasta mucho después de mi niñez.


Estaba claro que Dios no tenía ninguna intención de impedir que su obra fuese diferente a como la había creado —en este caso un chaval medio rubio, no muy alto, de ojos claros, algo tímido y propenso a meterse en líos. Por el contrario, Dios tenía pensado que desarrollara mi identidad y afectividad como algo natural, perfectamente bueno y agradable a los ojos del Creador, a sus ojos de Padre. 

He de decir que esos planes de Dios no se me pasaban por la cabeza. Me habían explicado que Él era bueno con todas y todos. Pero aquello era la teoría. Nadie me había enseñado lo realmente importante: a apreciar, a oír, a ver o a sentir lo inmensamente bondadoso que es el Creador; que lo era tanto como para que el hecho de que yo fuera homosexual resultase algo tan anecdótico como el color de mi pelo. 

Por eso, porque desconocía la trascendencia del Amor de Dios, seguí intimidado en el armario por mucho tiempo pensando que, tal como decía el evangelio de Marcos, el sol se haría tinieblas sobre mí, la luna no daría su resplandor, los astros se tambalearían, y el Hijo del hombre aparecería con gran poder y majestad enviando a los ángeles para reunir a los elegidos entre los cuales, evidentemente, yo no podría estar.


Hay un cuadro en el Museo de Bellas Artes de Sevilla que de niño me paralizaba literalmente, me clavaba en el suelo y no podía dejar de observarlo al detalle hasta que alguien me arrancaba del lugar. Es “El Juicio Final”, pintado por Martín de Vos. Las personas que son arrastradas por diablos y seres terribles al infierno tienen cara de miedo y expresión de terror. Algunas miran hacia arriba, implorantes, donde se sitúan María y los santos, y otras giran trágicamente el rostro al lado donde las almas resucitadas son recibidas por los ángeles. En la parte superior del cuadro, al centro, está Jesús en actitud de juzgar. Y a un metro me encontraba yo asustado, espantado ante lo que podría sucederme, meditando qué decir al juez en mi defensa.


Es muy triste crecer permanentemente atemorizado, siempre acobardado porque te hacen creer que lo que eres no vale, porque eres todo pecado, porque tu comportamiento vital es intrínsecamente desordenado y contrario a la ley natural (PH 8; CIC 2357) y que cuando Jesús regrese con gloria de los cielos a juzgar a vivos y muertos, tu nombre ya está escrito en la lista de los desventurados destinados al infierno.

Para algunas personas LGBTIQ+ la vida era ya un tremendo infierno, así que resultaba muy tentador acabar con ella cuanto antes.


Me costó bastante tiempo y un largo desierto, pero finalmente vencí al miedo. Una de las muchas razones que me empujaron a salir del armario fue el convencimiento de que Dios verdaderamente me ama tal como soy. Esa certeza hizo saltar por los aires cualquier sentimiento de culpabilidad y de pecado con respecto a mi identidad. Por primera vez pude ponerme ante el Padre y hablarle como homosexual, sin caretas ni disfraces. 

Hasta ese momento había tenido que ofrecer en sacrificio una parte de mí para poder congraciarme con Él, sin darme cuenta de que, en verdad, Dios no tenía nada que ver con ese holocausto. Y, aunque aquello sucedió hace años, es ahora cuando la oración me posibilita encontrar sentido a todo eso que viví, con mayor o menor dolor, durante un periodo prolongado de mi historia.

No me quejo. Cualquier experiencia era de Dios, incluso esas en que parecía ausente, esas que parecían parte de un escenario del apocalipsis que tanto miedo me daba. Y es que ahora sé que, como para cualquier persona LGBTIQ+ creyente, el fin del mundo sucedió durante el tiempo de la vida en que no pude ser yo, porque como persona estaba negado por los demás y, consecuentemente, anulado por mí mismo, auto castigado por ser homosexual. Las personas LGBTIQ+ creyentes tenemos que atravesar momentos de oscuridad, de astros y estrellas cayendo sobre nuestras cabezas, antes de poder disfrutar de la presencia del Padre y reconocernos como obra perfecta suya.


El texto de Marcos es precioso cuando dice que tras la gran angustia llegará el brotar de las yemas en las ramas de la higuera, como señal de la cercanía del Hijo de Dios. Y es cierto: Doy testimonio de mi vida en el tiempo en que no era yo, no podía serlo y por lo mismo me alejaba del Padre. En esa etapa hubo tinieblas, los astros cayeron sobre mi cabeza y era el fin de todo. Son los años en los que no encuentro sentido a nada, me desespero, tomo decisiones equivocadas y fracaso al despreciar la presencia de Jesús en mí.

Pero cuando recobro las fuerzas y recupero la lucidez, Dios se hace fuerte y las yemas empiezan a brotar en las ramas de mi vida.


El apocalipsis es espacio de oscuridad, de temor, de dolor, de soledad. Es algo que supuestamente sucede al final de los tiempos pero no siempre es así. Cualquier persona LGBTIQ+ puede confirmar que los cielos y la tierra se derrumban sobre sus cabezas al principio de sus historias vitales, cuando todo se complica, y ese fin del mundo terrible solo acaba cuando tomas consciencia de la bondad de Dios, te dejas hacer por Él, confías y por fin notas cómo brotan las tiernas yemas en tu aparentemente duro y seco corazón. 


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.»


noviembre 09, 2024

CLVII DAR DE CORAZÓN



Sobre
 Marcos 12, 38-44


Sentía algo cuando estuve dentro del armario, que se mantuvo una vez salí de él, incluso se prolonga hasta ahora en algunos entornos, en ciertos espacios, en diferentes circunstancias. Es la misma sensación que, seguramente, vivía con resignada naturalidad la viuda que nos presenta el evangelista, la misma percepción de ser invisible, de sentirse alguien perfectamente descartable.


La viuda en realidad entra en el recinto del Templo como un fantasma. Es muy probable que nadie se fijara en ella, mezclada entre los últimos de la sociedad. No llamaba la atención de nadie el hecho de que echara solo dos monedas del menor valor al cofre de las ofrendas, porque no se esperaba más de alguien así. Era una mujer invisible. Invisible para todos excepto para Jesús, que sabe ver más profundo de lo que perciben los ojos de quienes allí estaban. Es entonces cuando el Maestro explica que esos dos reales valen mucho más que cualquier fortuna que los poderosos pudieran depositar en aquel lugar.


El relato del evangelio empieza con una advertencia sobre los dirigentes religiosos. Jesús es muy duro describiendo sus comportamientos. Sitúa en un espejo discordante al poder religioso que actúa con fatuidad y arrogancia, frente a una mujer imperceptible y dramáticamente prescindible, que obra desde la generosidad y la humildad.

La viuda tuvo totalmente asumido que estaba muy por debajo de los Maestros de la Ley. Como yo, estando aún en el armario, ella había aceptado sumisamente situarse muy por detrás de los que manejaban la religión e interpretaban a Dios mismo. 


El discurso de Jesús refiriéndose a la clase religiosa podría pronunciarse hoy en cualquier foro, firmado por algún teólogo valiente, y más de uno en palacios, despachos y conventos se sentiría ofendido, quedando en evidencia. Aunque es natural que Jesús no se refiriese a todas las personas que ostentaban el poder del Templo. Habría a buen seguro quienes eran coherentes y fieles a la Ley. Igualmente, durante mis años escondido en el ropero, hubo personas de Iglesia que me parecieron mujeres y hombres buenos con quienes, si hubiese sido capaz, podría haberme sincerado y me habrían ayudado de forma valiente. Como de hecho me demostró alguno de ellos cuando me decidí a salir del armario. O me han demostrado otros con su sensibilidad y su valentía pese a su posición comprometida. Y aún así, incluso con la experiencia de acompañamiento de esos buenos pastores que no se escandalizaron con mis cosas, esa sensación de pertenecer a los últimos no se me termina de ir para dejarme en paz.


La lectura del evangelio de Marcos me hace recordar las imágenes de un Cardenal español portando una larga capa, recogida en volandas metros atrás por dos acólitos, camino del trono donde presidió la toma de posesión de su cargo en una ciudad de nuestro país. Y me venían a la memoria las habituales declaraciones ofensivas y obscenas de esa persona hacia el colectivo LGBTIQ+. Está claro que las palabras de Jesús parecen dirigidas a ese tipo de Maestros de la Ley que viven con mayor pasión la observancia de la tradición que el crear comunidad. Ante este estilo de poder religioso sigo sintiéndome un cero a la izquierda, y siento rubor al creer que soy -somos- como la viuda que, para hacer Iglesia, echa en el cofre todo lo que tiene, mientras esos depositan de lo que les sobra y aún así alardean. (Siento rubor porque la viuda me lleva mucha ventaja en desprendimiento y, sobre todo, en confianza absoluta en Dios).


De todo esto que hierve en la oración de hoy, surgen dos reflexiones. La primera, que siendo cierto que aún hay una parte importante del poder religioso que se aferra a la tradición y la doctrina, anteponiéndolo todo por encima del mensaje liberador del Evangelio, es verdad que cada vez surgen más personas de entre los que forman ese poder religioso, que trabajan con otro talante, con una actitud conciliadora e inclusiva. El discurso de Jesús advirtiéndonos de cómo actúan los Maestros de la Ley tiene plena vigencia hoy, pero es honesto reconocer que el Espíritu de Dios actúa transformando corazones de piedra en corazones que se encarnan.

Y la segunda reflexión: Es cierto que -rubores aparte- las personas LGBTIQ+ cristianas tenemos mucho de aquella viuda, pues ciertamente damos de lo que no nos sobra para hacer Iglesia y crear una comunidad donde quepamos todas y donde todos podamos desarrollar nuestros dones en igualdad. Por lo mismo, es necesario que adoptemos como nuestra la disposición agradecida de la viuda, que actúa en silencio, en honda relación directa con el Creador, confiadamente, generosamente. Solo desde ahí, desde esa subversiva manera de intimar con Dios, podremos las mujeres y los hombres LGBTIQ+ creyentes liberarnos del resentimiento y seremos capaces de perdonar a manos llenas.


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com


En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: "¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa." Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a los discípulos, les dijo: "Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir." 

noviembre 02, 2024

CLVI L@S NO TAN PRÓJIM@S


Desde
Marcos 12, 28b-34


Una tarde, un chico se acercó a orar ante el Santísimo, como tantas veces. Entró en la capilla y se arrodilló. Cuando estaba en mitad de sus rezos, un hombre se acercó a él y, a plena voz, le dijo que tenía que marcharse, porque ni él, ni gente como él, eran bienvenidos en la Iglesia. 

El joven se asustó, porque lo que estaba sucediendo le parecía inimaginable y se sobresaltó. Entonces el hombre repitió en el mismo tono, para que todas las personas que estaban en la capilla lo escucharan, que no era bien recibido él ni nadie como él, señalando una pulsera con el arcoíris y el pez de Ichthys que llevaba en la muñeca. El hombre decía “no tienes nada que hacer aquí, no sois bienvenidos en la Iglesia, márchate”.

Nadie increpó a este buen cristiano. Nadie evitó lo que estaba sucediendo. El joven se levantó confundido, y salió de la capilla. Dentro siguieron rezando ante el Santísimo.

Esta historia sucedió de verdad. Ojalá no. Hace solo unos meses.


A Jesús le preguntaron por el primer mandamiento. Respondió: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.

Verdaderamente, esas personas de la capilla estaban cumpliendo ese mandamiento. Ciegamente. Por encima de todo. Por encima de todas y de todos.


El segundo —añade Jesús— es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El escriba había tendido al Maestro una trampa, pero acaba asombrado ante la respuesta de Jesús y, admirado, dice: Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. 

¡Dice que amar al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios!

En aquella capilla se quedaron con sus holocaustos y sus sacrificios. Pero no amaron al prójimo.


Porque Jesús, ni en este pasaje ni en ningún otro hace diferencias entre quiénes son prójimos dignos y quiénes no. Para Él todas y todos son merecedores del amor de sus semejantes. Y sin ese amor a los demás, de nada sirven holocaustos ni sacrificios. De nada vale amar a Dios.


El mensaje de Jesús en Marcos resuena con un poder especial para aquellos que hemos experimentado el rechazo. Afirmar que el amor es el mandamiento más importante significa reconocer que toda acción debe ser evaluada en función de si promueve o no el bienestar, la dignidad y el respeto de los demás.


Para la comunidad LGBTIQ+, este pasaje no solo es un recordatorio del amor incondicional de Dios, sino también una invitación a desafiar cualquier discurso religioso o cultural que siembre odio o exclusión. Si el amor es el mandato fundamental, entonces cualquier forma de discriminación o rechazo carece de fundamento desde la perspectiva cristiana que Jesús propone.


Jesús llama a amar al prójimo sin condiciones, y este llamado incluye a todos y todas, tal como son.

© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com



En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: "¿Qué mandamiento es el primero de todos?" Respondió Jesús: "-El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos." El escriba replicó: "Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios." Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: "No estás lejos del reino de Dios." Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.