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agosto 03, 2024

CXLIII EL PAN DE VIDA




Sobre
 Juan 6, 24-35

Dentro del armario se acumulan muchas tensiones, que generan dolor y se traducen especialmente y entre otras cosas en una terrible desconfianza hacia todo el mundo. Por eso al salir del armario tuve que aprender, primero, a confiar en las personas. Era un ejercicio necesario que empecé a trabajar incluso antes de dar el paso, una vez me convencí de que iba a hacerlo. 


Como creyente, aunque con mis creencias muy lastimadas, estaba seguro de que debía apoyarme en esa maltrecha fe que conservaba, y en la Palabra de Jesús, quizá porque no me quedaba otra salida, a menos que siguiera la tentadora senda de mandar a Dios lejos de mi vida y apostatar como estaban haciendo algunos amigos.

Decidí prolongar mi complicada relación con el Padre y seguir otro camino. Tuve que hacerlo en arriesgada soledad, desde la agitada aunque cómoda poltrona de mi armario privado, hasta alcanzar el desierto, cruzarlo fatigosamente y llegar por fin a la orilla del lago. Allí estaba Él y yo con los demás que le seguían, yo con hambre y Él realizando un signo compartiendo pez y pan hasta sobrar varias cestas.


Orando el texto de Juan y llevándolo a mi vida comprendo que, efectivamente, salí con hambre de saber fiarme de los demás. Un hambre casi física que pude saciar con panes y peces.

Colmado de este Jesús que me dio de comer, corrí a buscar más. Como esas gentes que no se apartaban del Maestro porque habían apreciado sus habilidades casi mágicas, destreza que les evitaría pasar hambre nunca más, así fui a esperarlo a la otra orilla, sin tener muy claro si me guiaba la necesidad de dejar de escuchar el ruido de mis tripas o si me movía la intuición de que iba a encontrar a quien cambiaría el sentido de mi vida.


Y sucedió más o menos de esta forma: pensaba que las palabras de Jesús acogiéndome serían como el maná, saciarían mi hambre cotidiana que mezclaba la necesidad de ser aceptado, ser redimido y poder confiar de nuevo en las personas. Pero Jesús no me ofreció eso, es decir, no me ofreció la paz que esperaba, sino el riesgo de tomarlo como Pan de Vida.

Probablemente sea tan importante el instante en el que Jesús se da como algo más que una "simple” comida a orillas del lago, como el momento en el que descubro que se estaba terminando la etapa en la que despreocupadamente esperaba todo hecho para mí, y se iniciaba el tiempo en el que el Pan de Vida me empuja a anunciar que Dios es amor, es riesgo, es acogida, es vida, es mucho más que centenares de peces y trozos de pan que calman el hambre un rato para más tarde volver.


A eso estamos llamadas las personas LGBTIQ+ cristianas: a ser instrumentos de esperanza. No a quedarnos en el hambre de un momento que vuelve a las pocas horas de comer, sino a gozar del Pan de Jesús, una vez sabemos que en Él confiamos la certeza de que somos hijas e hijos queridos por Dios.


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com




Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron en los botes y se dirigieron a Cafarnaún en busca de Jesús. Lo encontraron a la otra orilla del lago y le preguntaron: —Rabí, ¿cuándo llegaste aquí? Jesús les respondió: —Os aseguro que me buscáis, no por las señales que habéis visto, sino porque os habéis hartado de pan. Trabajad no por un sustento que perece, sino por un sustento que dura y da vida eterna; el que os dará este Hombre. En él Dios Padre ha puesto su sello. Le preguntaron: —¿Qué tenemos que hacer para trabajar en las obras de Dios? Jesús les contestó: —La obra de Dios consiste en que creáis a aquél que él envió. Le dijeron: —¿Qué señal haces para que veamos y creamos? ¿En qué trabajas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo. Les respondió Jesús: —Os lo aseguro, no fue Moisés quien os dio pan del cielo; es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. Le dijeron: —Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les contestó: —Yo soy el pan de la vida: el que acude a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará nunca sed. 

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