Sobre Mateo 28, 16-20
Tuve la suerte de entender desde muy pequeño toda esta complicación de tener un Dios que está dividido en tres pero que es uno. Mi catequista de Primera Comunión nos lo explicó mediante un cuento que ahora mismo no soy capaz de poner en pie, pero que estaba muy alejado de las cosas serias y enrevesadas que aparecían en el catecismo, como lo de que Dios es uno y trino, algo que a un chaval de 8 años le parecía un poco raro, aunque en Dios todo era posible. El catecismo de la época tenía infinidad de preguntas con sus respuestas, que debíamos aprender de memoria y soltar como papagayos. Había varias dedicadas al misterio de la Trinidad. Una concretamente decía: “¿Qué es la Santísima Trinidad?” Y la respuesta apuntaba: “La Santísima Trinidad es el mismo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas distintas y un solo Dios verdadero”.
Hasta aquí todo iba más o menos bien. Pero se complicaba un poco más a medida que el catecismo avanzaba.
Otra pregunta y su solución decía así: “¿Por qué decimos que la Santísima Trinidad es un misterio? - Decimos que la Santísima Trinidad es un misterio, porque ninguna inteligencia creada puede entenderlo en este mundo”. Y para liarnos del todo, había una que sentenciaba una vida llena de dudas: “¿Entenderemos en el cielo el misterio de la Santísima Trinidad? - En el cielo entenderemos el misterio de la Santísima Trinidad, como ya lo entienden los Ángeles y los Santos”.
El caso es que mi catequista decidió que sería un suplicio aguantar desde nuestros 8 años hasta el final de la vida para entenderlo todo en el cielo y, por si acaso no íbamos allí, decidió contarnos la verdad en ese momento. Lo hizo, como dije, mediante un cuento que no recuerdo muy bien, pero sí estoy seguro de que hablaba de la generosidad de Dios como creador, quien nos ama tanto que Él mismo se hace hombre dándose por nosotros hasta la muerte, y Él mismo se hace Espíritu Santo para quedarse en el mundo. No estoy convencido de que su cuento fuese aprobado por un consejo de teólogos, pero pedagógicamente fue mucho mejor y más eficaz que el catecismo.
Sea como sea Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, uno en tres, la verdad es que nunca tuve conflicto para integrar este dogma en mi fe. Probablemente si no fuera así, hace mucho tiempo que habría abandonado. Porque a lo largo de mi vida han sido numerosos los desencuentros con Dios, todos ellos con el fondo de mi identidad sexual.
Es común a la mayoría de las personas LGBTIQ+ creyentes preguntarse en algún momento de la vida la razón por la que Dios Padre nos ha creado tan desgraciadas por diferentes a las normas tradicionales. Y también, recriminar al Hijo de Dios, Jesús, porque su mensaje de amor incondicional entre hermanos no funciona.
Los creyentes LGBTIQ+ vamos salvando estos conflictos con el Padre y el Hijo porque –inconscientemente– nunca nos dejamos abandonar por el Espíritu. Por eso jamás perdimos del todo la fe, por mucho que nos alejamos irritados del Padre o del Hijo.
Ahora, escarbando en mi historia me hago consciente de ello: es el Espíritu Santo quien se aferró a mí incluso en los momentos en los que salí huyendo y me creí totalmente alejado de Dios. Sin embargo Dios mismo se encontraba conmigo, Dios creador, Dios hecho hombre paciente, Dios callado para no asustarme, Dios Espíritu esperándome a que estallara agotado y entonces, cuando eso sucedió, inesperadamente su luz me descubrió el camino para regresar al Padre y al Hijo, y me regaló la fuerza, el conocimiento pleno de Dios, la aceptación absoluta de que soy una creación perfecta, admirable del Padre.
También, en ese instante el misterio de la Trinidad ya no es tal, sino la certeza de que de una u otra forma Dios como Padre, como Madre, como Hijo o como Espíritu Santo, está con nosotras y nosotros todos los días hasta el final de los tiempos.
Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que les había indicado Jesús. Al verlo, se postraron, pero algunos dudaron. Jesús se acercó y les habló: —Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizadlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñadles a cumplir cuanto os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo.