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julio 06, 2025

CLXXVI. SEÑOR, ESTA MIES ESPERA


Sobre
 Lucas 10, 1-12.17-20


Durante mucho tiempo este pasaje de los Evangelios me pareció desconcertante. Por una parte no podía imaginar que fuese dirigido a mí ni a nadie como yo. Más bien me sentía indigno de estar entre los enviados a ningún sitio en nombre del Señor. Ni tan siquiera en los años en los que fui catequista, y mis labios pronunciaban la Palabra y la interpretaban con fidelidad para que los jóvenes comprendiesen qué quería el Señor de ellos –y a veces lo comprendiesen mejor de lo que yo mismo lo hacía. Ni siquiera entonces concebía que pudiese estar llamado a algo más que a ser un figurante discreto, precavido y celoso de que nadie supiese qué sentía y vivía en mi interior.


Por otro lado, soñaba con que esta Palabra de Jesús me incorporara al anuncio en igualdad de condiciones que el resto de las personas. Por supuesto, en mi corazón me sentía parte de los obreros que estaban llamados a trabajar en la mies. Pero al mismo tiempo, continuos mensajes me hacían pensar que si estaba en la nómina de quienes trabajaban el campo era solamente porque no me conocían a mí, sino al papel de heterosexual que interpretaba. 

Era un gran actor, como casi todas las personas LGBTIQ+ lo han sido en algún momento de sus vidas. Por eso, tal y como he contado alguna vez, un día dejé la mies. De repente me sentí un farsante. Me pillé haciendo trampas, afirmando todo lo que ya no sentía. Es una extraña sensación de miedo y fracaso, de llegar al límite, de enojo y hastío, de querer romper con una larga historia de temor y dolor, de llorar mucho y llorar a solas, y todo ello te empuja a dar el salto al vacío. Quería ser yo y por un momento pensé que dejar a Dios a un lado podría ser la solución. Al fin y al cabo la mies es mucha, los obreros pocos, pero en todo caso los dueños del campo no iban a dejar que alguien como yo trabajase en la cosecha una vez saliera del armario.


Cuando Lucas habla de los setenta y dos que son enviados, se está refiriendo a la totalidad de la humanidad. Es conocido el valor simbólico del número siete y según esto, Jesús llama a todas las naciones de la Tierra a la misión, a cada una de las mujeres y a cada uno de los hombres que la habitamos. ¿Cómo hacer excepciones?

Cuando me fui y me adentré en el desierto no era consciente de que esas excepciones no las estaba haciendo Dios, ni tan siquiera –ahora lo sé– las hacían los hermanos más intransigentes de la Iglesia, ni su doctrina ni su catecismo. Yo era quien me excluía, quien me quitaba de en medio y asumía sin más que no era digno de entrar en la casa del Padre. De hecho inicié una tensa relación con Dios, plagada de reproches y exigencias. Cerré mi corazón y ninguno de mis sentidos fue capaz de reconocer a quienes el Señor enviaba para recuperarme. Rechazaba su paz, incapaz de interiorizarla. No les ofrecí de comer ni les di alojamiento, ciego ante su intención de convocarme al hogar cálido de Jesús.


Muchas personas LGBTIQ+ cristianas salimos del armario cargadas de rencor y resentimiento, e invariablemente aliviamos nuestra furia disparando contra la Iglesia y también contra el propio Dios. Rechazamos el necesario acompañamiento porque nos empoderamos al estrenar una visibilidad que no sabemos encauzar de forma realmente positiva cuando la arrogamos de derechos y olvidamos los deberes. Destruimos el armario al mismo tiempo que elevamos la muralla del victimismo. Confieso que todo eso me sucedió y fue porque dejé a Dios fuera de mi vida y sólo trataba con Él para reprocharle el miedo y el dolor que había experimentado a lo largo de mi historia.

Creo que muchas personas LGBTIQ+ cristianas se quedan en este punto preciso de relación con Dios, porque no logran superar el aborrecimiento a la Iglesia y por ende la indiferencia ante la persona de Jesús, pero también porque los obreros que trabajan en la mies no siempre son tal como Jesús pretendía, no siempre desean y ofrecen la paz y no son capaces de ofrecer un diálogo en el que la generosidad del Evangelio provoque una conversión de los corazones, curando las heridas hasta que estén completamente sanadas.


Quienes hemos tenido la gracia de conocer a alguno de los setenta y dos enviados, y que además supiera ser tan paciente y misericordioso como el Padre del hijo menor, gozamos ahora de suficientes recursos para dar la paz y construir Iglesia desde la gratuidad. Gratuidad que solo podemos ofrecer quienes anteriormente luchamos por mantener viva nuestra fe, incluso hasta cuando la perdimos.

Hace años este texto del Evangelio me perturbaba pero hoy me hace sentir parte de la misión. Pertenezco a una Realidad singular, formada por quienes estamos en una de las fronteras más controvertidas de la Iglesia. El Colectivo LGBTIQ+ es tierra de misión, y necesitamos —rogamos— que el Señor envíe obreros a esta mies, pero obreros leales al Evangelio, generosos, misericordiosos. Que vengan sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, que porten la paz, que sepan compartir, que sepan escuchar, que sepan sanar. Porque esta frontera es también tierra de acogida, donde acuden heridos quienes perdieron la esperanza pero la recuerdan, y están ansiosos por escuchar la voz del Pastor llamándoles por su nombre. Bien hacen los obreros de esta mies en entrar descalzos, porque este es lugar sagrado en el que Dios ha puesto sus ojos.


Cada vez más, nuestras historias hablan de una experiencia especial, sorprendente, misteriosa y única con el Padre. Por eso somos igualmente sujeto de misión, y no tanto objeto de misión. Las personas cristianas LGBTIQ+ hemos sido el hombre herido pero estamos llamados a ser el buen samaritano. Dando el ciento por uno. Ofreciendo bien por mal. Olvidando ofensas. Perdonando. En eso conocerán que realmente somos hijas e hijos de Dios.


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com




En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles:
“El reino de Dios ha llegado a vosotros”.
Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.
Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».
Él les dijo:
«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».

junio 28, 2025

CLXXV. ¿POR QUÉ UN DÍA DEL ORGULLO? (Y vosotr@s, quién decís que soy yo?)

 


Sobre Mateo 16, 13-19



«¿Quién decís vosotros que soy yo?» La pregunta que Jesús hace a sus amigos los deja trastornados. Y era precisa, obviamente, porque necesitaba saber en qué punto se encontraba y si quienes estaban caminando junto a Él tenían claras las cosas. Hacía poco tiempo que Jesús había salido de su vida oculta, de su armario particular en el que estuvo sin darse a conocer —según los evangelios— con la excepción de la pista que nos da Lucas cuando relata que se perdió de sus padres con doce años, y lo encontraron en el Templo de Jerusalén sentado entre los maestros, haciéndoles preguntas.


Él no estuvo escondido por miedo a nada, sino porque aún no había llegado el momento de darse a conocer.

Las personas LGBTIQ+ nos ocultamos por miedo a ser excluidas, despreciadas, señaladas y marcadas. En mi caso, todavía estuve más al fondo del armario a causa de los condicionantes religiosos que agravan el sentimiento de culpabilidad hasta límites dolorosos, como también experimentan hoy, todavía, muchas personas LGBTIQ+ creyentes.


La respuesta a la pregunta personal "¿quién creen (mi familia, mis amigos, mis compañeros, mis educadores y conocidos, ...) que soy yo" es justamente la que nos paraliza. Nos asusta, por si ese dictamen fuese hiriente y traumático, y pudiera traducirse en consecuencias desoladoras, tal como yo mismo, siendo un chaval, había podido observar en otras personas. Un vecino de casa era sospechosamente homosexual y los mayores nos advertían que no subiéramos a solas con él en el ascensor. Mi amigo Gonzalo tiene una inevitable pluma desde que era un crío, y las vejaciones y burlas en clase y los vestuarios eran continuas. 

A Álvaro sus padres lo echaron de casa.

En aquel momento no estaba dispuesto a arriesgarme tanto. Tenía miedo. Y sé que aun hay muchas mujeres y hombres que temen las consecuencias de visibilizarse.


Cuando me preguntan el porqué del Orgullo, me vienen a la cabeza las múltiples razones por las que ser como soy continúa siendo motivo de burla y razón para la violencia y el rechazo. 

En España gozamos de una legislación envidiable que ampara nuestros derechos como personas, respetando y valorando nuestra identidad sexual y de género. Aún así, es habitual la mofa y la sátira, el acoso, el incordio, la intimidación y la tiranización sobre personas LGBTIQ+ en ambientes escolares, laborales e incluso familiares. En nuestro país siguen siendo constantes, persistentes, los casos de agresiones incluso con resultado de muerte. 

En el mundo, en 2025, 65 jurisdicciones nacionales prohíben aún las relaciones homosexuales, privadas y consentidas entre hombres. De ellas, 41 castigan también los actos lésbicos. La dureza de las condenas oscila entre un amplio abanico que va desde menos de un año de cárcel hasta la cadena perpetua. Asimismo, este delito puede ser castigado con la pena capital en 12 países (Mauritania, Nigeria, Somalia, Afganistán, Brunéi, Irán, Pakistán, Qatar, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Uganda y Yemen).

No es una exposición trágica, sino un retrato fiel de la realidad. 


Cuando voy por la calle de la mano de mi pareja tengo que soportar miradas burlonas y risas a nuestras espaldas. He de tener cuidado si le beso en un parque, porque puede que algún padre nos acuse de herir la sensibilidad de sus hijos. Si entro abrazando a mi novio en un restaurante, puede que nos acomoden en una mesa en el fondo, para no molestar. Si salgo de un local por la noche y regreso solo a casa, camino deprisa no sea que hoy me toque recibir dos tortas por marica. Esto tampoco es un relato victimista. Pasa cada día. 


Cuando un colectivo se siente de esta manera, discriminado de facto, nace el orgullo. Sé que toda mi vida, probablemente, me estaré preguntando ¿quién decís que soy yo"?. Hace tiempo esa respuesta me importaba mucho. Desde que salí del armario, cualquier réplica ofensiva es ahogada por mi orgullo de ser quien soy, de ser como soy, de amar como amo. 


Por eso nos manifestamos cada año en todo el mundo, para expresarnos orgullosas y orgullosos dignificando nuestra identidad, vistiéndonos de arcoíris revelando nuestra alegría y nuestro íntimo deseo de que nunca más fuese necesario pedir que se nos trate y valore como a las demás mujeres, como a los demás hombres.  


Y tú, Iglesia, ¿quién dices que soy yo?

Si soy honesto, reconozco que Francisco levantó las persianas, corrió las espesas y opacas cortinas y abrió las ventanas para que entrase la luz, el aire fresco y el Espíritu, probablemente por este orden. Esta Iglesia en camino no es la de los inicios del 2012. Pero aún huele a rancias páginas de tradición y doctrina que enmascaran el aroma dulce del Evangelio de Jesús. La doctrina y la tradición son necesarias y no son malas per se, excepto cuando se utilizan ambas como armas arrojadizas. 

¿Quién somos nosotras y nosotros para ti, Iglesia, tus miembros no heterosexuales? Somos personas merecedoras de todo respeto, pero también dices que nuestros comportamientos son intrínsecamente desordenados. Afirmas que somos hijas e hijos de Dios, pero nos niegas sacramentos solo porque somos diferentes. Nos pones encima, con frecuencia, cargas difíciles de llevar. Nos lanzas a las orillas del camino, donde solo las gentes más sensibles se acercan a susurrarnos que Dios nos ama y nos quiere en su Iglesia pese a todo


¿Y Jesús?

Por supuesto, dentro del armario es imposible no enfrentarse a esa pregunta de Jesús, tal cual. Y muchas veces reflexioné sobre ello. ¿Quién es Cristo para mí? (y, en extensión, quién es Jesús para las personas LGBTIQ+H creyentes). 

Yo no había perdido la fe y nadie iba a echarme de la Iglesia mientras fuese capaz de guardar mi armario cerrado. Pero mi respuesta a su pregunta directa evolucionaba a medida que mi resentimiento —a causa del daño que me estaba haciendo el ingrediente religioso— crecía en mis tripas como la espuma de las olas que golpean las rocas. Jesús para mí llego a ser aquel por el que sus seguidores más piadosos rechazaban a las personas LGBTIQ+; Jesús era la razón de ser por la que los escribas y sacerdotes de nuestra época habían dejado escrito que mis actos son "intrínsecamente desordenados, contrarios a la ley natural y no pueden recibir aprobación en ningún caso" (Cfr. CIC 2357). Esa era finalmente mi respuesta enojada a la pregunta de Jesús. Es decir, Jesucristo cada vez era menos en mi vida.


Solamente cuando di otra vuelta a la pregunta y me interesé en saber quién decía Jesús que era yo, pude reconciliarme y comenzar a calmar el dolor. No fue un proceso fácil. Hubo un gran desierto. Pero ineludiblemente ahí estaba esperándome paciente, y en ese instante ocurrieron dos cosas: contesté afirmando que Él era el Mesías, El Salvador, el reencarnado por Dios hecho hombre también para mí, como para toda la humanidad sin excepción. Y la segunda cosa que sucedió es que alcancé el suficiente valor para salir del armario como hombre tal cual soy, pero sobre todo como hombre que cree en Dios, en el Dios de todas y de todos. Me gusta contar que el Señor me llevó al desierto y allí me sedujo, habló a mi corazón y le respondí, ese precioso texto de Oseas que me marcó para siempre.


Desapareció el resentimiento en la medida en que supe discernir entre lo que es cosa de Dios y lo que es cosa de los hombres. Dios evidentemente no ha escrito ese trágico y doloroso epígrafe del catecismo. Dios tampoco está en quienes agitando el signo de la Cruz siguen atacando incluso con violencia y muerte a las personas LGBTIQ+. Ese convencimiento de que Dios no tiene nada que ver porque de ninguna forma esos comportamientos y actitudes son obra suya, me ha permitido también perdonar. Al separar a Dios de todo eso quedan al descubierto los hombres, y puedo perdonar a cualquier ser humano con mayor o menor esfuerzo. Finalmente, al desaparecer el rencor también se esfuma el sentimiento de víctima. Queda una profunda paz liberadora.


Contemplar este texto de Marcos, situarme allí y observar la escena con los cinco sentidos, me sobrecoge porque actualiza su pregunta en mí, la escucho, veo las dudas de los discípulos como las propias mías, y soy testigo de cómo se remueve Pedro cuando oye de boca de Jesús quién es realmente Él y cuánto ha de suceder. Confirmo mi deseo de conocer internamente a Cristo que se ha hecho hombre por mí, para más amarle y seguirle. Cristo que me quiere como soy, sin condiciones. La voz de Jesús es firme y dulce a la vez. Invita a la libertad, a confiar, a dejarse hacer en sus manos. Así que cuando dice que quien quiera ir con Él ha de tomar su cruz, me acuerdo de cuántas otras cargué sin contar con sus brazos y me imagino lo bueno que será compartir con Jesús ese leño todo el tiempo que haga falta.


El Orgullo para las mujeres y hombres creyentes, no viene solamente de la íntima percepción de sentirnos satisfechos y felices por como somos, sentimos y amamos, sino también de la certeza de que el Padre nos ama inmensamente, como obra perfecta suya.


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com



En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.»

junio 19, 2025

CLXXIV. DADLES VOSOTR@S DE COMER


Sobre
Lucas 9, 11b-17


Lucas narra uno de esos momentos en los que Jesús muestra su dualidad Dios-Hombre, padre y madre preocupado de alimentar el espíritu pero también por saciar el hambre física de todas las personas que le seguían.

Esta es también una de las ocasiones en las que Jesús adelanta la cena de la Pascua. Quizá las vistas del atardecer desde la orilla del Lago de Galilea resultaran un espacio impresionante, aunque menos solemne que el cenáculo, pero al fin y al cabo era una demostración de lo que significaba para Él compartir, darse, entregarse, repartirse, partirse en pequeños trozos para poder llegar a todas y todos sin excepción.


Es fácil caer en la tentación de utilizar este relato para hacer una exégesis basada en la necesidad de compartir y el evidente problema del hambre en el mundo. Pero creo que mi comentario no va a ir por ahí, al menos no del todo.


De hecho, intuyo que estos versículos (que se repiten de forma muy similar en los cuatro Evangelios) pueden regalarnos muchas más cosas de lo que aparentemente sugieren. He compartido más de una vez cómo desde niño me gustaba imaginarme dentro de la escena del Evangelio que estuviese leyendo en ese momento, algo que fijé como método de oración en mi juventud y mantengo hasta ahora. Sé que mi manera de zambullirme en la Palabra y nadar torpemente en ella hizo posible que, aun en los momentos más complicados de mi vida, necesitara acercarme a los Evangelios tranquila y sosegadamente, buscando paz y la cercanía del Maestro. Muchos años después, cuando tuve la oportunidad de conocer la espiritualidad ignaciana, reconocí la oración contemplativa en mi modo de orar y quise profundizar en ello realizando los Ejercicios Espirituales, una experiencia sorprendente que no me ha dejado impasible y, estoy seguro, ha transformado mi fe en detalles que aún hoy se me están revelando.


Pero me estoy desviando del texto del evangelista entrando en otra historia, todo para decir que en la escena que describe Lucas es imprescindible introducirse con los sentidos, viendo, oyendo, mirando actitudes, gustando, oliendo, tocando. 

Estamos junto a la orilla del mar de Galilea, huele a redes de pesca, amaina el calor del día, escuchamos el rumor de las olas suaves y oímos a las personas arremolinadas en el lugar conversando entre ellas; podemos observar a tres protagonistas de lo que allí está sucediendo: las gentes que habían estado siguiendo al Maestro, los apóstoles y Jesús, tres actitudes diferentes que van a centrar la oración de hoy.


  • Los que seguían a Jesús.


Si la Iglesia preguntara de forma abierta y cercana a las personas LGBTIQ+ creyentes de qué tenemos hambre, qué necesitamos, es probable que surgieran muchas respuestas pero, en el fondo, en lo que todas coincidiríamos respecto a lo que echamos en falta es que se nos trate como Jesús atendió a esas gentes junto al lago de Galilea.

Tenemos unos pocos panes y peces, pero nos urge que, en el nombre de Dios, alguien los vaya multiplicando y repartiendo.

Nos hace falta experimentar la sensación de que alguien se preocupa sinceramente de nosotras, de nosotros, para que quedemos saciados de pan, de pez y de Dios, y nos sintamos parte de la Comunidad de Jesús.


El Maestro junto al lago no hizo distinciones entre las personas, no excluyó a nadie de aquella cena inesperada. Más bien se ocupó de que ni una sola quedara sin atender. Nuestra experiencia hoy —en ambiente sinodal y recién llegado un nuevo Papa— no es del todo así. Aún hay veces en las que se nos niega el pan y los peces, o en los que se reparte con una condescendencia que entristece. Jesús no actuaría de esa forma, ese no es el estilo de Jesús.


Hay muchas personas creyentes LGBTIQ+ que siguen esperando un signo como el del lago de Galilea. Hay hambre de esperanza.

Hay necesidad de que se comparta con nosotras y nosotros, pero también de compartir lo que tenemos, de dejar que se redoblen nuestros panes y peces, que se partan y repartan nuestros corazones y que el Maestro nos dé con sus propias manos el Pan de la Vida.


  • Los apóstoles.


La actitud de los apóstoles es muy desconcertante, porque lo primero que intentan hacer es descargar en Jesús la responsabilidad de lo que está sucediendo, intentando que el Maestro despida a las gentes y les ruegue que se dispersen para evitar problemas. Recuerda demasiado a las formas de hacer de muchos pastores de nuestras Iglesias, que procuran desentenderse de complicaciones y se aferran a lo que la doctrina dicte (la lógica religiosa que implica multitud de normas y comportamientos establecidos para cada situación).  


En estos tiempos de sinodalidad no es coherente mirar a otro lado esquivando realidades (mucho menos rechazándolas), ni actuar condescendientemente ante ellas, sino más bien es necesario, urgente, apremiante, actuar desde el Evangelio. Jesús incorporó a la cena del lago de Galilea a todas y cada una de las personas que le habían estado siguiendo. Lo hizo porque los apóstoles aportaron unos panes y unos peces. Necesitamos pastores que nos acerquen al Jesús que se reparte entre nosotras y nosotros, sin importar de dónde venimos, qué necesidades traemos, cuál es nuestra orientación sexual o nuestro género. 


  • Jesús.


Jesús pronuncia una frase imperativa que desconcierta a los apóstoles: “Dadles vosotros de comer”.

Ellos se ven incapaces de cumplir lo que les pide y ponen ante Él lo único que tienen, sabiendo que es insuficiente: unos pocos panes y peces. En su lógica es imposible que con eso puedan alimentar a tantas personas. 

Pero Jesús adelanta la última cena y parte en miles esas hogazas y esos pescados, hasta que sobró. 


Contemplando esa escena, resuenan en mí las palabras de Jesús: “dales vosotros de comer”. Como si estuviera dirigiéndose a quienes hemos recibido el regalo de conocer al Mesías y reconocer que Él nos ama intensamente como somos, aceptando nuestra diversidad como un don de su creación hecha mujer y hombre en ti y en mí, en cada una y en cada uno de nosotros. Tenemos en nuestras alforjas unos panes y unos peces con los que estamos llamados a dar de comer a cada una de esas personas que esperan en silencio ser reconfortadas, acogidas, abrazadas y amadas hasta que sean capaces de sentir el amor de Dios y su misericordia sin despreciar por eso su identidad sexual.


Las mujeres y hombres LGBTIQ+ creyentes estamos convocados a dar testimonio del Amor que Dios nos tiene. Superando resentimientos, por encima de cierta Iglesia que sigue anestesiando el Evangelio de Jesús y empoderando la doctrina. Nada nos separará del Amor de Dios. Construir puentes debe ser nuestra misión, hacer posible la sinodalidad es nuestra misión. Dar de comer a quien espera en silencio una palabra de acogida, de aceptación, es nuestra misión.


A orillas del lago de Galilea Jesús proclama que es imposible seguirle si la doctrina (la norma, lo lógico, lo esperado) supera lo imprevisto, lo insospechado. Él es la sorpresa. Jesús nos incorpora a quienes le siguen. Más tarde dirán: “Escándalo para los judíos, necedad para los gentiles”.


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com



En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. 

Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.» 

Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.» 

Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres. 

Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.» 

Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

junio 14, 2025

CLXXIII. EL DIOS DIVERSO




Sobre
 Juan 16, 12-15


Tuve la suerte de entender desde muy pequeño toda esta complicación de tener un Dios que está dividido en tres pero que es uno. Mi catequista de Primera Comunión nos lo explicó mediante un cuento que ahora mismo no soy capaz de poner en pie del todo, pero que estaba muy alejado de las cosas serias y enrevesadas que aparecían en el catecismo, como lo de que Dios es uno y trino, algo que a un chaval de 8 años le parecía un poco raro, aunque en Dios todo era posible. El catecismo de la época tenía infinidad de preguntas con sus respuestas, que debíamos aprender de memoria y soltar como papagayos. Había varias dedicadas al misterio de la Trinidad. Una concretamente decía: “¿Qué es la Santísima Trinidad?” Y la respuesta apuntaba: “La Santísima Trinidad es el mismo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas distintas y un solo Dios verdadero”.

Hasta aquí todo iba más o menos bien. Pero se complicaba un poco más a medida que el catecismo avanzaba.


Otra pregunta y su solución decía así: “¿Por qué decimos que la Santísima Trinidad es un misterio? - Decimos que la Santísima Trinidad es un misterio, porque ninguna inteligencia creada puede entenderlo en este mundo”. Y para liarnos del todo, había una que sentenciaba una vida llena de dudas: “¿Entenderemos en el cielo el misterio de la Santísima Trinidad? - En el cielo entenderemos el misterio de la Santísima Trinidad, como ya lo entienden los Ángeles y los Santos”.


El caso es que mi catequista decidió que sería un suplicio aguantar desde nuestros 8 años hasta el final de la vida para entenderlo todo en el cielo y, por si acaso no llegamos a ir allí, decidió contarnos la verdad en ese momento. Lo hizo, como dije, mediante un cuento que no recuerdo muy bien, pero sí estoy seguro de que hablaba de la generosidad de Dios como creador, quien nos ama tanto que Él mismo se hace hombre dándose por nosotros hasta la muerte, y Él mismo se hace Espíritu Santo para quedarse en el mundo. No estoy convencido de que su cuento fuese aprobado por un consejo de teólogos, pero pedagógicamente fue mucho mejor y más eficaz que el catecismo.


Sea como sea Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, uno en tres, la verdad es que nunca tuve conflicto para integrar este dogma en mi fe. Probablemente si no fuera así, hace mucho tiempo que habría abandonado. Porque a lo largo de mi vida han sido numerosos los desencuentros con Dios, todos ellos con el fondo de mi identidad sexual. 

Es común a la mayoría de las personas LGBTIQ+ creyentes preguntarse en algún momento de la vida la razón por la que Dios Padre nos ha creado tan desgraciadas por diferentes a las normas tradicionales. Y también, recriminar al Hijo de Dios, Jesús, porque su mensaje de amor incondicional entre hermanos no funciona. Los creyentes LGBTIQ+ siempre vamos salvando estos conflictos con el Padre y el Hijo porque, inconscientemente, nunca nos dejamos abandonar por el Espíritu. Por eso jamás perdimos del todo la fe, por mucho que nos alejamos irritados del Padre o del Hijo.


Ahora, escarbando en mi historia me hago consciente de ello: es el Espíritu Santo quien se aferró a mí incluso en los momentos en los que salí huyendo y me creí totalmente alejado de Dios. Sin embargo Dios mismo se encontraba conmigo, Dios creador, Dios hecho hombre paciente, Dios callado para no asustarme, Dios madre tierno acunándome, Dios Espíritu esperándome a que estallara y entonces, cuando eso sucedió, inesperadamente su luz me descubrió el camino para regresar al Padre y al Hijo, y me regaló la fuerza, el conocimiento pleno de Dios, la aceptación absoluta de que soy una creación perfecta, admirable del Padre.

También, en ese instante el misterio de la Trinidad ya no es tal, sino la certeza de que de una u otra forma Dios como Padre, como Madre, como Hijo y como Espíritu Santo, está con nosotras y nosotros todos los días hasta el final de los tiempos. El Creador se manifiesta así plenamente diverso y (aún arriesgándome a recibir un zasca por parte de la la grada más ortodoxa) me atrevo a decir que también es un Dios no binario, al hacerse uno en tres, superando la dualidad Padre-Hijo, incorporando en ellos al Espíritu Santo. 


Y esta certeza que proclamo desde mi identidad LGBTIQ+ la elevo ahora como denuncia, por cuán poco dejan en la Iglesia institución que el Espíritu Santo renueve su Fe en los hombres y mujeres no heterosexuales, obra impecable del Creador como del resto de sus criaturas, a quienes los propios pastores de la Iglesia deberían amarnos, acompañarnos y servirnos en vez de asustarnos, amenazarnos y excluirnos de forma tácita, o como poco tratarnos con la condescendencia a que nos tiene acostumbrados.

Hombres y mujeres nos creó. ¿Acaso el Espíritu Santo pueda alumbrar que sigan tantas y tantas personas alejándose de Dios por culpa de lo que deciden los ministros de la Iglesia? 


Si tengo Fe para creer ciegamente en el Dios trino, ¿cómo no aceptar que las personas LGBTIQ+ –y especialmente las transexuales– son también obra del Padre?

Esta Iglesia que hace siglos negó que la Tierra girara alrededor del Sol, que aceptó con normalidad la esclavitud, que reinó con poderes de estado absoluto, que apoyó gobiernos ensangrentados, pero que supo – aunque tarde– pedir perdón por sus errores, ¿será en este siglo capaz de cruzar el puente, dialogar e integrar definitivamente en su seno a las personas LGBTIQ+?


La humanidad también puede ser una y tres a la vez, absolutamente diversa. Quizá más. Es obra de Dios. 


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará."